sábado, 16 de mayo de 2015

¡Prohibido prohibir!



          Han pasado 47 años: 1968 fue un año distinto. Marcó un antes y un después en la vida social, política y universitaria. Lo recuerdo con nostalgia porque fue el año en que ingresé a Facultad. Pero también con dolor: fue el año de la muerte de Liber Arce, que abriría años de miedo en nuestro país. Había asumido un Presidente de la República que pocos conocíamos (en realidad asumió a fines de 1967),  los cañeros marcharon por cuarta vez desde Artigas a Montevideo. Recuerdo cuando los “peludos” nos hablaron a los estudiantes en el Salón 1 de la Facultad. En Europa se vivió la llamada Primavera de Praga, un breve intento de libertad liderado por el presidente Dubcek y destinado al fracaso, pero que marcaría el primer grito de libertad contra el régimen soviético.

 De todos los acontecimientos que marcaron ese año 1968, el que hoy seguimos viviendo en nuestra experiencias y sueños universitarios (a veces inconscientemente) fue el que se recuerda como “mayo francés”, ese movimiento trascendente en la vida política y estudiantil (con proyecciones globales), que se desencadenó el 4 de mayo de 1968. Los estudiantes de La Sorbona bajaron a las plazas de Paris bajo la consigna "prohibido prohibir" y a los pocos días se unirían a ellos las organizaciones sindicales, en esa sinergia “obreros y estudiantes” que marcaría nuestro país y el mundo en los años siguientes.

            El ´periodista político español Felipe Sahagun nos recuerda que “como la revolución francesa y las conquistas napoleónicas dos siglos antes, las revueltas estudiantiles y las huelgas masivas que sacudieron Francia en mayo del ‘68 fracasaron finalmente en los campos de batalla, pero sus efectos cambiaron la vida de generaciones”.
            La consigna “prohibido prohibir”  fue el lema de la revuelta. Siempre entendí el “Prohibido prohibir” como expresión de la idea que nadie tiene el derecho de marcar a los otros sus conductas de vida. Cada uno debe crecer responsablemente en la sociedad para poder vivir una vida plena, sin guías mesiánicos que nos indiquen el camino. Ese fue el gran cambio que produciría el Mayo Francés: liberar una sociedad que vivía aprisionada en la hipocresía de reglas impuestas por élites, que fundamentaban su posición en una moral dogmática, que no admitía cuestionamientos.
            El Mayo de 1968 significó un viento que promovió la libertad de expresión en todos los ámbitos universitarios, produciéndose un quiebre en las relaciones tradicionales de la época, marcadas por el poder de docentes almidonados ante estudiantes que recibían sumisos la transmisión del saber de la “catedra”. A partir de esos días, cambió el relacionamiento en todas las universidades del mundo entre quien enseña y quien aprende. 
           En el Mayo francés tomó cuerpo una idea “fuerza” en torno de la enseñanza: nadie es dueño de la enseñanza, debemos aprender los unos de los otros. Los estudiantes deben aprender de los docentes y los docentes de los estudiantes, porque el enseñar y el aprender universitario deben ser la expresión de una construcción colectiva.
            Pienso que el ámbito de nuestra Facultad es propicio y cercano a todos nosotros para poner en práctica esas ideas de aprendizaje interactivo, porque la Universidad, nuestra Facultad, son mucho más que una “academia de enseñanza” o un sistema de engranajes de transmisión de conocimiento: son – deben ser - un foro de investigación, de reflexión crítica y debate sobre la sociedad, sobre el trabajo, sobre la ética y la justicia, y en definitiva sobre el rol que queremos desempeñar en nuestra comunidad nacional.
            Celebro por lo tanto este mes de mayo con la letra de la hermosa canción de Sandra Mihanovich “Prohibido prohibir”: No se puede prohibir, ni se puede negar el derecho a vivir, la razón de soñar... No se puede prohibir la elección de pensar, ni se puede impedir la tormenta en el mar... No se puede prohibir el afán de cantar, ni el deber de decir lo que no hay que callar.



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