lunes, 31 de agosto de 2015

SERVICIOS ESENCIALES: LA FIRMA DEL ARMISTICIO




Las relaciones laborales suelen emplear terminología bélica: conflicto, estrategias,  cláusulas de paz. Por lo tanto no debe asombrar si titulamos esta nota (y la foto que la precede) con una palabra “bélica”: armisticio.
Las “cámaras” de nuestro blog captaron ayer de noche el momento preciso de la firma del acuerdo, cuando en un clima ya distendido – luego de un estresante fin de semana - se acordó la tregua entre gobierno y sindicatos sobre la cuestión de los servicios esenciales en la enseñanza: sin vencidos, ni vencedores, lo cual siempre es bueno en las relaciones laborales.
Mi primera reflexión es obviamente positiva: el sistema de relaciones laborales uruguayo funciona y cuando los decibeles suben, las partes asumen la responsabilidad de descomprimir la situación.
La segunda reflexión refiere a la esencialidad de los servicios: ¿de que hablamos cuando hablamos de “servicios esenciales”? ¿Es un servicio esencial la enseñanza?
En términos teóricos, la esencialidad de los servicios refiere a restricciones o límites al derecho de huelga, en aquellos casos muy especiales en que el derecho constitucional de los huelguistas se contrapone a otros derechos constitucionales del ciudadano. Las complejidades de la modernidad determinan que cada vez más la supresión de determinados servicios afecta severamente los derechos de terceros: servicios que cumplían en nuestra vida de sociedad un rol importante, pero no esencial, han adquirido una especial nota de esencialidad. Pensemos en el transporte, en las comunicaciones, etc. Algunas legislaciones llegan a considerar esencial el servicio de los noticiosos por radio y televisión. Ustedes podrán pensar que es un exageración, pero no olviden que la primera medida que tomaron los militares en oportunidad de dar el golpe de estado fue suprimir los noticiosos (salvo por supuesto la difusión de “sus comunicados oficiales”). ¡Vaya si los noticiosos son un servicio esencial en una sociedad democrática!
En este contexto, ¿los servicios de la enseñanza son esenciales? ¿El gobierno actuó correctamente cuando los declaró? Aquí – como en todo lo que tiene vinculación con lo jurídico – no hay una sola biblioteca. A ello se agrega que lo jurídico inevitablemente se nutre de lo ideológico y de lo político. Como expresaba Couture en el primer número de la revista Derecho Laboral del año 1948, “es muy peligroso tratar a los problemas jurídicos como si fueran problema políticos. Pero es mucho más peligroso aún, no ver los problemas políticos que se esconden detrás del ramaje de los jurídicos”
De todos modos la voz más aceptada a nivel jurídico sobre el tema que nos ocupa es la del Comité de Libertad de la OIT, que en diversas oportunidades se ha expresado en el sentido que son esenciales aquellos servicios que afectan la vida, la salud o la seguridad de toda o parte de la población. Esta definición restringida, ha sido ampliada por el mismo Comité que ha considerado que determinados servicios, que no afectan estrictamente la salud, vida o seguridad de la población, pueden volverse tales por el transcurso del tiempo. El Comité ha también introducido un nuevo concepto cuya extensión es difícil precisar - servicios públicos de importancia trascendentales – y que evidentemente puede dar lugar a una pluralidad de interpretaciones.
Con relación al tema de la enseñanza, en mi opinión no puede medirse la esencialidad de este servicio con la misma vara en todos sus niveles. La no concurrencia de un niño a la escuela, con toda la complejidad que produce la inseguridad de la situación y las repercusiones en su entorno parental (y muchas veces uniparental, con jefe de familia mujer), tiene una importancia evidentemente “más trascendental”, que la no concurrencia de un estudiante al liceo o a la UTU.
            En línea con esta opinión, otra biblioteca - la italiana, país que tiene un sistema sindical afín al nuestro - indica (Ley Nº 146 del año 1990) que es esencial la enseñanza pública, “con particular referencia a la exigencia de asegurar la continuidad de los servicios en las casas cunas, en las escuelas maternas, en la enseñanza primaria”.
            Una última reflexión: desde el PIT-CNT en estos días difíciles se ha hecho caudal de la opinión del Comité de Libertad Sindical con relación a la esencialidad de los servicios. Ello es bueno, como también sería bueno respetar al Comités cuando sus declaraciones satisfacen menos, como en el caso de la queja sobre la Ley 18.566. Creemos que hay que cumplir con las opiniones del Comité “en las buenas y en las malas”.
            De todos modos, celebramos la firma de ayer de noche: que cada parte reflexione y actúe con serenidad y responsabilidad. No debemos olvidar, como decía el querido Prof. Barbagelata, que las relaciones laborales son como una obra dramática representada sobre un escenario: “Un amplísimo público – decía mi querido “Profe” - rodea el desarrollo de las relaciones de trabajo; les presta, según los momentos, más o menos atención, toma partido por alguno de los personajes o los repudia”. En definitiva, ¡hay un público que mira y juzga a los actores!

domingo, 16 de agosto de 2015

DE LA LUNA A LA TIERRA



            El libro de Julio Verne “De la tierra a la luna” fue un clásico para los adolescentes de mi generación. Nos es casual tampoco que Georges Mèliés filmara en 1902 “Le Voyage dans la Lune”, película que mostraba una luna más parecida a una pastel de crema, que a nuestro satélite natural. La luna era para la humanidad mucho más que un cuerpo astronómico: significaba lo que estaba más allá de las razonables posibilidades humanas; era la imagen cotidianamente presente de un límite difícil de alcanzar.

Cuando el hombre finalmente aterrizó en la luna, fantaseó con la idea de poder un día colonizar el satélite natural de la tierra. Han pasado más de cuatro décadas desde aquel día y hoy banalizamos ese hecho: ¡cuanto inútil dinero se gastó en aquella loca “carrera espacial”, que formaba parte del aparato propagandístico de la guerra fria! 
            Lo que no podíamos imaginar en el lejano mes de julio de 1969 es que ese ambicioso proyecto de la “conquista del espacio”, tendría como resultado inadvertido avances inimaginables en el mundo de las comunicaciones. En efecto en el marco de ese plan se lanzaron al espacio centenares de satélites artificiales que levantaron una red global de telecomunicaciones, la misma red que constituye hoy el principal sistema de control sobre la tierra. Sin ese desarrollo extraordinario de las informaciones y comunicaciones – que acompañó la carrera espacial -, no podríamos hoy imaginar Internet, las tecnologías GPS, las computadoras cada vez más potentes y menos costosas, los blackberry, las redes sociales y tantas nuevas expresiones de este descomunal avance, que confluyen en esa telaraña global que alcanza todos los aspectos de nuestra vida. Queríamos colonizar la luna y terminamos colonizándonos a nosotros mismos. Orwell lo había imaginado unas décadas antes: ¡hoy vivimos y trabajamos controlados! 
 El viaje a luna dejó como consecuencia la presencia de miles de ojos monitoreando desde los satélites, que nos convirtieron a cada uno de nosotros en protagonistas de un verdadero “Truman Show”.

            Las nuevas tecnologías han tenido un impacto profundo en todos los aspectos de la vida cotidiana. En particular, han marcado su presencia en las diversas formas de organización del trabajo y en la propia actividad y vida privada de los trabajadores.
            Hoy ha cambiado la morfología de la subordinación (hablamos de teledependencia) y es difícil establecer el límite entre la potestad de la empresa a controlarnos y nuestro derecho a la privacidad e intimidad. 
 Los diversos aparatos de control (cámaras, micrófonos, emails “pinchados”, pero también sofisticados sistemas de seguimiento de nuestra salud y nuestras acciones) permiten conocer en tiempo real los aspectos más reservados de la conducta y vida del trabajador, a lo largo de su jornada laboral. Esos sistemas además registran, almacenan la información a lo largo de la vida laboral de cada uno de nosotros: se ha desarrollado un verdadero e implacable sistema de seguimiento  humano, del que nunca podemos tener la seguridad total de liberarnos. Las tecnologías invaden la vida del trabajador aún fuera de la empresa, lo acompañan muchas veces a su hogar (pensemos en el trabajo de retén o simplemente en el hábito de contestar fuera de horario a los emails que nos envía nuestro empleador). Por otra parte sofisticados ficheros electrónicos guardan datos sobre nuestra imagen, estructura psicológica, conducta y salud.

            Sorprende en nuestro país el aparente desinterés que notamos en las organizaciones sindicales, que (en general) aceptan sin resistencia el uso – y a veces el abuso – que los empleadores hacen de las nuevas tecnologías: la posibilidad que el empleador revise el correo electrónico del trabajador o que instale sofisticados sistemas de control en el ámbito laboral (cámaras, micrófonos GPS, etc.) son expresiones de un poder de dirección tecnológico, aceptado por parte de los colectivos de trabajadores.
            Los reclamos de los sindicatos se detienen en la solicitud de preavisos, información y acuerdos sobre la dirección de las videocámaras, pero no discuten el meollo del asunto: la posibilidad que el empleador ingrese – con la excusa de velar por la seguridad y protección de sus bienes – en las esferas más íntimas de la privacidad del trabajador. 
           Queríamos viajar a la luna y... la luna se burló de nosotros.