miércoles, 23 de diciembre de 2020

El derecho de los estudiantes “a la conexión”

He logrado llenar la planilla electrónica con las notas del examen: una hazaña, pero lo he logrado.

Queda el sabor amargo de ese mismo examen, porque los estudiantes que se presentaron en mi mesa en su mayoría estaban “desconectados” de los principales temas de la materia. Con un colega que siempre me acompaña - excelente docente - habíamos preparado preguntas amplias, diría casi generosas. Pero es evidente que este año se fracturaron las naturales conexiones que siempre existieron entre alumnos y docentes.

¡Cuán fácil es darle la culpa a los estudiantes y atribuir a ellos la responsabilidad de los magros resultados de los exámenes! No me alineo a esas críticas: cuando los estudiantes que pierden son pocos, la responsabilidad es de los estudiantes; pero cuando son muchos, la responsabilidad es de los docentes y de la propia Institución que tiene como deber y función transmitir los conocimientos. Si no logramos transmitir los conocimientos, no logramos cumplir la función de nuestra Facultad

Ante resultados - que por lo menos en la disciplina laboral (ya sea en el derecho que en las relaciones laborales) - han sido magros, se abre un proceso de autocrítica de la Institución y de nosotros los docentes, para reconstruir la “conexión” con los estudiantes. 

En épocas donde se teoriza mucho sobre el “derecho a la desconexión”, invoco el derecho de los estudiantes “a la conexión”, un derecho que debe satisfacerse a través de nuevas modalidades de contacto y nuevos espacios de comunicación (como por ejemplo, clases on-line o off-line de tutoría para los exámenes, nuevas metodologías de evaluación, entregar materiales adecuados para los exámenes, establecer enfoque que prioricen la conexión emocional con el estudiante a través de la retroalimentación de sus inquietudes, etc.).

Debemos buscar caminos institucionales y académicos para no limitar la docencia a un reenvío a las entradas de EVA, como si eso lo resolviera todo, y nos liberara de la desagradable responsabilidad de ser parte del proceso del conocimiento del conocimiento que lleva a los resultados de los exámenes.

Debemos establecer protocolos claros que permitan a los estudiantes conocer de antemano - con suficiente antelación - como serán las condiciones de los exámenes y que se requerirá al momento de evaluar sus conocimientos. 

Debemos evitar que la conformación de las mesas de exámenes, los estilos de su desarrollo,  el número de evaluadores, etc. quede en mano del esfuerzo y creatividad individual de cada docente, sin un plan previo, homogéneo y coordinado desde la Institución. 

Debemos finalmente - nosotros los docentes - formarnos y re-formarnos para continuar a transmitir conocimientos en esta época compleja, en el entendido que esa formación y re-formación debe ser necesariamente gestionada desde la Institución.

Queremos en definitiva una Facultad que también en la emergencia se alinee a exigencias de excelencia docente, que nunca se definieron a lo largo de este año, y se aparte del modelo decimonónico de  enseñanza, al cual seguimos atados en tiempos de zoom.

Finalmente, mi saludo en época de festividades a los estudiantes: ¡a no decaer, a enfrentar los desafíos, a construir conocimientos con los docentes, porque ustedes - como dijo Violeta Parra - siguen siendo “la levadura del pan que saldrá del horno con toda su sabrosura”!


 

martes, 8 de diciembre de 2020

El ciudadano Kane: los hechos, la verdad y el poder

La pandemia nos ha alejado de los cines, pero no de las buenas películas. En el fin de semana disfrute “Mank”, la película que en este año tan especial produjo Netflix con la dirección de David Fincher y que cuenta la historia del   Herman Mankiewicz, guionista de “El Ciudadano Kane”, la obra maestra de Orson Welles, dirigida y estrenada en 1941. 

Como expresaba esta mañana en el programa En Perspectiva el crítico cinematográfico Eduardo Alvariza lo que sorprende en primer lugar de “Mank” es la perdurable belleza del “blanco y negro”, usado en el rodaje de  la película. La técnica del color increíblemente jamás será capaz de expresar los matices y las tonalidades del blanco y negro, como precisamente lo confirma la película de Fincher.

Pero no voy a hablar de la película, porque los críticos de radio y periódicos los  harán obviamente mejor que yo. Lo que la película - hermosa en sí - inevitablemente ocasiona es el reenvío a ese modelo del mejor cine que fue “El Ciudadano Kane”, que aún hoy nos motiva a pensar sobre el periodismo, el poder y la verdad. En efecto - y más allá de la historia que Mankiewicz y Welles escribieron inspirándose en William Randolph Hearst - el mensaje sigue siendo muy potente en épocas donde el poder de la prensa y de las hegemonías mundiales mezclan las fake news y los escarnios públicos, con las verdades a media.. 

El Ciudadano Kane es una película que habla sobre los relatos del poder, que  tiene siempre como objetivo confundir los hechos y las verdades. Como me gusta expresar a mis estudiantes, “ahí están los hechos”, y agrego que sobre esos hechos las verdades pueden ser distintas, no existe una única verdad. “La verdad” no es otra cosa que la perspectiva y las ideas que interpretan los hechos, que sí son únicos.

Ante un mismo hecho, seguramente la percepción de la “verdad” será distinta en cada uno de nosotros. No existe la verdad; lo que existe es el hecho. Y a partir de ese hecho nacen las “verdades” correspondientes a las interpretaciones que hagamos del “hecho”: nuestra orientación política, nuestras ideas sociales, el humanismo que podamos albergar o no en nuestra sensibilidad, definirán  “nuestra” verdad, diferente de la verdad del “otro”. 

La única “verdad verdadera” (me divierte expresarlo así) es un puzzle armado a partir de todas las verdades: la mía, la tuya y la de los otros. Ese puzzle precisamente reconoce la validez de las interpretaciones de cada uno de nosotros ante un mismo hecho. Allí radica la belleza de la democracia, que es en definitiva la construcción entre todos de ese complejo rompecabezas conformado por las diversas visiones que podamos tener de los hechos que van marcando nuestra historia humana.

“El Ciudadano Kane” es un alegato en defensa de “las verdades”, porque muestra la tóxica unión del poder con la “verdad única”. El protagonista Kane quiere imponer su verdad como la única verdad y su objetivo es destruir todas las demás verdades: este proceso de subsunción del hecho a la verdad única se expresa patéticamente en el deseo de Kane de transformar a su mediocre amante en una celebridad de la ópera. Los hechos y “las verdades” se impondrán a la verdad única, destruyendo a la vulnerable corista del film y relegando al propio Kane a la soledad, a la que - a la larga - conduce la verdad única.

Sigue siendo un disfrute seguir reflexionar 80 años después sobre la película de Orson Welles, hoy traída de la mano por otra película que nos invita a pensar sobre la verdad y el poder.