jueves, 11 de noviembre de 2021

Martin Eden, una película abrumadora

Excepcionalmente me reinvento como crítico de cine, aunque por supuesto no pretendo superar la condición de “amateur”; en este caso deseo expresar algunas ideas sobre una película compleja, que comparte temas y problemas que bien conocemos en las relaciones laborales: el individualismo, la solidaridad, el poder.

La historia original – de Jack London – no se desarrolla en Nápoles, sino en Oakland, en los Estados Unidos. Sin embargo el director Pietro Marcello – nacido a pocos kilómetros de Nápoles (1976) – eligió esta ciudad del sur de Italia, para contar el ascenso y caída de un marinero semianalfabeto, que enamorado de una joven de la alta burguesía, quiere emanciparse a través de una formación autodidacta.  

La película, que llega afortunadamente a Montevideo en esta época de reapertura de salas cinematográficas aún con aforo, abruma al espectador, que deja la sala del cine contagiado por el sufrimiento de un personaje, no fácil de comprender, que busca en su propio individualismo la vía de su redención. No es casual que la historia original fuera escrita por un escritor norteamericano, especialmente influido por Nietzsche, que atribuye a Martin muchas de las ideas propias del “superhombre” imaginado por el filosofo alemán. 

La película fue presentada al Festival Internacional de Venecia de 2019 y Sight & Sound, prestigiosa revista di cine, que publica el British Film Institute, la calificó entre las veinte mejores películas de 2019. 

La historia cuenta que Martín Eden (extraordinariamente interpretado por Luca Marinelli) es un proletario, que en determinada circunstancia defiende al desconocido Arturo de una agresión y éste en señal de agradecimiento lo invita a su mansión napolitana. Ahí conoce a la hermana de Arturo, Elena, de la que admira el estilo de vida educado y elegante. El protagonista se enamora perdidamente de la joven y concibe la educación como el puente que puede conducirlo hacia aquella sociedad, en la que vive la amada. 

No lo hace por ambición, sino simplemente por amor a Elena (la actriz Jessica Cressy) y en estas circunstancias descubre su vocación de escritor. Quiere ser digno de Elena a través del valor de sus escritos, que sin embargo son rechazados por los editores: sus ensayos son demasiado novedosos para el gusto de la época. Elena, y su familia burguesa, terminan por alejarse, porque Martin no ha logrado construirse cierta “posición” económica, que la enamorada reclama.

Luego la historia avanza a través de un flujo y reflujo de emociones, ascensos y caídas, que condenarán al héroe - ya escritor famoso – a hundirse en ese mar, tantas veces navegado de joven. 

Martin es algo parecido a un “individualista anárquista” y no es casual que la película comienza con escenas originales de archivo de las manifestaciones del 1° de mayo en Savona en 1920 con la participación de Enrico Malatesta, uno de los más conocidos teóricos italianos del pensamiento acrata. 

Martin critica duramente no solo a los patrones, sino también a los sindicatos, porqué para él las estructuras del poder son siempre las mismas, y los fuertes se impondrán en definitiva a los débiles (que él llama “esclavos”), cualquiera sea el contexto del poder. 

La historia muestra el pasaje de la condición de héroe a la de antihéroe de un hombre, que vive su individualismo como un acto de oposición hacia el poder de las masas, aunque ese poder nace muchas veces de la propia solidaridad de los pobres. El individualismo de Martin Eden al final no ofrece recompensas, porque no existe libertad verdadera sin solidaridad. 

Alguien ha dicho que Martin Eden é un film “feroz”, un verdadero terremoto ético, en el cual el director Marcello se afirma en la idea inicial de Jack London: el ataque al individualismo, que termina cayendo en la soledad y egoismo. 

“Martin Eden no es un héroe positivo – dijo Pietro Marcello en una entrevista a EFE-, sino todo lo contrario: representa el individualismo y el hedonismo de nuestro tiempo”.

Cualquiera sean las conclusiones del espectador al final de la proyección (porque en definitiva, una película como toda obra de arte, está abierta a la interpretación de quien la mira), Martin Eden es una joya del mejor cine italiano.


 

miércoles, 3 de noviembre de 2021

La desconexión “dolorosa”

Es habitual alertar a un empleador desde nuestra profesión que debe extremar los cuidados relativos a la salud y seguridad en el trabajo. Cuando él nos contesta que es el trabajador, quien se quita el casco o no ata el cinturón de seguridad a una base estable, le recordamos que la empresa sigue siendo responsable en materia de seguridad, aún en el caso de las omisiones del trabajador. Lo cual ha llevado a implementar protocolos preventivos y sanciones disciplinarias en el caso de que el trabajador no colabore con el uso de los instrumentos de seguridad.

¿A que viene esta reflexión en tiempos de teletrabajo? El tema viene a cuento porque una de las características de trabajar con pantallas e instrumentos tecnológicos es que los mismos producen cierta adicción. Es algo natural al ser humano – la atracción a la luz, a la imagen en movimiento, a lo llamativo - y lo comprobamos viendo las dificultades que tenemos para apartar a  hijos y nietos preadolescente de la pantalla de un televisor, de una tablet o de un celular.

Algo similar acontece hoy en el trabajo a distancia. Como bien señala Beltrán de Heredia Ruiz, “la Red y las tecnologías de la información, con sus inputs, respuestas y recompensas inmediatas nos inducen a permanecer en un estado de multitarea mental constante, propiciando lo que los neurólogos llaman “costes de conmutación” y describiendo lo que podría denominarse como la “ecología de la interrupción”. A su vez, su poderosa interactividad con la pantalla, “exige nuestra atención de forma mucho más insistente” .

Uno de los riesgos de teletrabajar tiempos prolongados es el desarrollo de una cyberadicción o “trastorno de adicción a internet” (internet addiction disorder, IAD), patología que se manifiesta en el uso abusivo de internet y de TICs por parte del propio trabajador, que no siempre está dispuesto a que se le desconecte. 

La inmersión en flujo incesante de información, determina que “absorbamos innumerables bits de datos, los procesamos, los transmitimos de vuelta y volvemos a recibirlos” en un flujo continuo que consume tanta atención del teletrabajador, que queda atrapado de la pantalla de su procesador “como aquellas polillas atraídas por la luz en la oscuridad”,  

Concluye el autor catalán que “de hecho, (si lo han intentado, creo que sabrán a qué me refiero) la desconexión es «dolorosa»: la abstinencia no tarda en aparecer y las tentaciones de retornar al flujo son muy poderosas (de hecho, las ciberadicciones o el trastorno de adicción a internet – internet addiction disorder, IAD– son crecientes)” .

Estas consideraciones, trasladadas al tema de nuestra ponencia, indican que el empleador deberá no solo cuidar sus decisiones, sino también cuidarse de acciones del trabajador, que desea seguir conectado a los instrumentos tecnológicos, por la especial atracción de la interacción en la dimensión digital. Ello, como en el caso del obrero de la construcción que no se coloca el caso, no liberará al empleador de su responsabilidad, lo cual llevará inevitablemente a las empresas a instrumentar tecnologías que aseguren el “desenchufe” de la teleactividad, lo quiera o no el trabajador.