lunes, 19 de septiembre de 2022

Acoso, soledad, suicidio

Escribo aún bajo el impacto del artículo que leí ayer domingo en El País de Montevideo sobre el caso de una trabajadora de OSE, víctima de acoso laboral, que se quitó la vida. Las periodistas Mariángel Solomita y Delfina Milder informan sobre el hecho y la reacción de la institución, mientras abren un debate sobre una temática que sigue marcando las relaciones laborales de nuestro país: la violencia en el trabajo y sus consecuencias. 

El artículo periodístico se cruza con las investigaciones de los/las participantes del Diploma del Claeh en “Violencia basada en género y generaciones”, cuyo Módulo sobre la violencia en el lugar de trabajo está a mi cargo. 

El material de la nota informativa y los resultados de las pruebas de mi curso, muestran un aspecto que no es nuevo, pero sobre el que no había reparado específicamente: el acoso - en su vertiente sexual y moral - en la mayoría de los casos confina a la victima en la soledad: una soledad que siempre lleva a la depresión y, en casos extremos como el señalado, al suicidio; una soledad, además que la mayoría de las veces obliga a la trabajadora a abandonar su trabajo. 

Cuando me refiero al acoso, acostumbro hablar de “trabajadora”, porque si bien puede existir acoso sexual o moral contra ambos géneros, lo cierto es que en el 90% de los casos el acoso sexual es dirigido contra la mujer y en el 65/70% de los casos de acoso moral las víctimas también son mujeres. 

Acoso y soledad tienen mucho en común, porque entre los propósitos del acosador (o lo acosadores) siempre está el objetivo de aislar a la víctima, separarla del grupo, instigar a que los demás piensen que “está loca”. La misma persona acosada comienza a dudar de su propia salud mental, porque como dice la especialista Marie-France Hirigoyen, no hay nada más destructivo, que lo incomprensible.

Si bien en el acoso sexual, el agresor es generalmente un superior de la víctima, la reacción de los compañeros de trabajo contribuye a la situación de impotencia de la víctima, porque en la mayoría de los casos éstos toman distancia de la trabajadora acosada, por considerarla de algún modo corresponsable de provocar la situación. En el caso del acoso moral, los propios compañeros de trabajo pueden ser los responsables directos de la situación de violencia (hablamos de acoso “horizontal” para referirnos a aquél que se produce cuando trabajadores del mismo nivel o categorías similares maltratan y/o se burlan de un compañero de trabajo).

Cualquiera sea la situación de violencia u hostigamiento, la realidad muestra que en la mayoría de las situaciones la víctima queda sola: replegada en su soledad, aislada por ser considerada una personas disfuncional con el colectivo laboral, la víctima tiene pocas posibilidades de conseguir apoyo y solidaridad en el lugar de trabajo. El compañerismo se diluye, la incomprensión resta toda posibilidad de apoyo interno, lo que implica que la persona acosada solo puede encontrar comprensión fuera del lugar de trabajo a través de sus amistades o de la atención profesional. 

Contribuye a construir un estado de desesperanza las dificultades para ver reconocida la situación de violencia en el ámbito administrativo y juridicial. No es culpa ni de la administración, ni de los jueces: la cuestión es que la dificultad de producir  pruebas sobre el acoso es muy grande, ya sea porque en muchos casos el acoso sexual es una realidad “a escondidas”, ya sea porque en el caso del acoso moral no es fácil conseguir testigos, especialmente cuando los autores de la violencia son los mismos compañeros de trabajo.

Hace dos meses publiqué el libro sobre el instituto del despido, dedicando sendos capítulos al acoso sexual y al moral: la investigación me permitió comprobar que son ínfimos los casos de acoso - en ambas modalidades - que llegan a nuestros tribunales; y cuando se plantean, las sentencia no son siempre favorables a la víctima, que no logró reunir suficiente prueba. 

Acoso y soledad; soledad y depresión; depresión y suicidio: una escalada que debería llamar la atención de nuestra sociedad y de nuestras instituciones (Estado, empleadores, sindicatos), que siguen aprobando leyes y ratificando Convenios con poco impacto en la realidad.       

  Un consejo final para las víctimas de acoso: rompan las paredes de la soledad; cuenten, comenten, escriban por email a otros sobre vuestra situación y sobre la conducta abusiva. En la mayoría de los casos el hostigamiento se nutre del silencio cómplice de jefes y compañeros de trabajo. Destapar las situaciones de acoso significa también desactivar públicamente el poder de quien hostiga: el temor de “ser puesto en evidencia”, puede constituir el freno necesario a la conducta violenta, pues a nadie le gusta que se descubran facetas ocultas y agresivas de su personalidad.


 

sábado, 3 de septiembre de 2022

Filosofía y Tecnologías: la extraña hermandad

 Parecería difícil asociar la filosofía con el desarrollo vertiginoso de las nuevas tecnologías y sin embargo el impacto de estas últimas - mezclado con las forzadas meditaciones en época de pandemia - han desarrollado un fuerte vínculo entre la disciplina antigua y las ciencias duras.

Desde Tales y Parménides, el ser humano ha sentido la necesidad profunda de interpretar el mundo en el que vive y todo lo que atañe a su propia naturaleza y a la naturaleza de cuanto lo rodea. Esa necesidad del hombre de interpretarse a sí mismo y a su contexto se desarrolla particularmente en época de cambios acelerados, impulsada por su necesidad de sobrevivir en un ambiente que se transforma. Ese es el caso actual.

Por lo tanto no debe extrañar que diversas voces en los últimos tiempos reflexionen, desarrollando el análisis y el pensamiento crítico (lo cual en definitiva es el objeto de la filosofía), en torno a las tecnologías, desde una visión que por supuesto está orientada por una vocación ética.

Las tecnologías - en especial, las tecnologías digitales - ¿son buenas o malas? ¿Los algoritmos contribuirán al desarrollo social de la humanidad o terminarán por esclavizar a millones de personas? ¿Estaremos en condiciones de colaborar con la Inteligencia Artificial para resolver los principales problemas de la sustentabilidad del planeta o nos encaminamos hacia un mundo post-apocalíptico, como el que adelantan películas de clase B? ¿La dimensión virtual terminará anulando al ser humano como advierte Byung-Chul Han? O - como indica el filósofo español Llano Alonso - estamos ante un nuevo escenario “posthumano” con nuevos desafíos como serán los retos de definir una identidad humana en el metaverso, perfilar el status jurídico de los robots y construir la fundamentación de una ética de la inteligencia artificial?

El debate polariza las opiniones. Por un lado Luciano Floridi - filósofo italiano que enseña en el Oxford Internet Institute, University of Oxford - afirma que “en un entorno inmersivo virtual como el Metaverso, los riesgos asociados a las tecnologías digitales se multiplicarán: pienso en cuestiones como la privacidad, los abusos via bullying u otras formas de violencia, los crímenes por computer, los cyber-vandalismo, ataques de hackers, secuestro de datos y expansión de la pornografía. Por el otro lado quienes - y en me sumo a esta posición - consideran que desde la rueda hasta los avances de la inteligencia artificial,  la historia de la humanidad ha avanzado en forma lineal  hacia “más” y ese progreso está impulsado, entre otras cosas, por el desarrollo tecnológico, según recuerda Robert Nisbet. En efectos, las tecnologías han contribuido a alargar nuestras vidas, mejorar las condiciones de salud, volver más amigables muchas formas de trabajo, comunicarnos rápidamente con nuestros seres más queridos, trasponer los límites geográficos con una facilidad desconocida en el pasado. 

Es cierto que las tecnologías nos preocupan y producen miedos e inseguridades, porque destruyen modalidades de trabajo tradicionales, para las cuales nos considerábamos capacitados y ahora el futuro - en especial el futuro laboral - se nos muestra peligroso, como todo lo desconocido. Pero no olvidemos cuanto miedo tenían los trabajadores de las fábrica de velas en el siglo XIX cuando apareció la luz eléctrica. Hoy nadie puede seriamente afirmar que la electricidad vino para perjudicarnos.

No pretendo en la brevedad de un post dar respuestas a preguntas que a todos nos inquietan. Mi intención apunta a marcar la importancia que adquiere la reflexión filosófica - o el simple “pensar y repensar humano” - en época de transformaciones disruptivas y de una realidad que cada vez más se sumerge en lo inmaterial. Quizás - parafrasenado a Terencio (nihil humanum mihi alienum est) - hoy debemos reconocer que “nada de lo robótico nos es ajeno”, porque como decía Alan Turing a comienzo de los años ’50, estamos cada vez más cerca de una realidad en la que no nos será fácil distinguir a una computadora de un ser humano.

Concluyo con un regalo para los lectores de este blog: el libro “Inteligencia Artificial y Filosofía del Derecho”, recientemente publicado por la Universidad de Sevilla y dirigido por el Prof. Fernando Llano Alonso, que ha sido puesto gratuitamente a disposición por el propio Director y por la Editorial Laborum.