Cuando
hace poco más de un mes abrí este blog dedicado a las relaciones laborales,
obviamente no podía imaginarme que debería referirme a una tragedia aérea: el terrible
desastre del avión A320, ocurrido en los Alpes con un saldo de 150 muertos.
La
conexión con las relaciones laborales surge de información leída en el País de
Montevideo y en Clarín de Buenos Aires. La publicación uruguaya comenta: “El
diario alemásn Faz, en su página web, atribuyó la suspensión del entrenamiento
como piloto de Andreas Lubitz a que estaba afectado por el “sindrome Burn-out”,
una forma de depresión”. Clarin por su parte reitera estos conceptos: “La prensa alemana aportó además
un dato inquietante: durante varios meses durante 2009, el joven sufrió de
depresión y del síndrome de agotamiento conocido como "burn out"... Según
averigüó el semanario Der Spiegel, sus compañeros hablan de síndrome
"burn-out" (agotamiento) y depresión. Las mismas fuentes
hablaron de "problemas psicológicos".
En
una conferencia que dicté en la Universidad de Curitiba el año pasado,
expresaba: “Las
certezas que rodeaban al trabajador en un sistema laboral jurídicamente protegido
son sustituidas por la inseguridad permanente de los nuevos trabajos. Las
enfermedades y accidentes físicos de la fábrica fordista ceden el paso en la
sociedad post-industrial a nuevas enfermedades, expresión del deterioro
psicológico que provocan los "nuevos" trabajos (stress, angustia,
depresiones, sindrome de burn-out,
etc.). En la civilización de la informática lo inmaterial sustituye a lo
material y de este modo también aumentan las enfermedades inmateriales, que tienen muchas veces consecuencias
más nefastas que las tradicionales”.
Una vez
pregunté a un psicólogo como podía describirse el síndrome del burn-out o síndrome del quemado. Me dio
un ejemplo, que vale más de mil explicaciones: “Imaginate que llegás a un
edificio de diez pisos con una fachada perfecta. Abrís el portón principal y
comprobás que ya solo existe la fachada. Por adentro todo se ha derrumbado; lo
que queda está quemado”. Probablemente
así era Lubitz, que todos describían como una persona atenta y correcta: ya
solo una fachada, quemada por dentro.
Vivimos
una realidad, que pone a prueba en el competitivo y darwiniano mundo del
trabajo nuestra capacidad de “sobrevivencia” mental: nuestra mente está cada
vez más agotada y vulnerada por los agentes estressores. Vivimos un
modelo económico que celebra al trabajador fuerte, al trabajador "que
sonríe" y tiene buena onda. No prestamos atención a que muchos
trabajadores van sufriendo devastadoras consecuencias psicológicas, que los vuelven
un anillo más de la cada vez más grande cadena de excluidos que caracteriza la
sociedad actual.
Debemos plantear con fuerza la necesidad que la sociedad
atienda las enfermedades laborales de origen mental, con un sistema de protección jurídica (protección del ambiente,
protección contra la sobrecarga horaria, etc.)
y una red de contención psicomédica (centros de asesoramientos a nivel
de amplias franjas de trabajadores y desempleado) que permitan prevenir y
asistir de la manera más eficiente posible el deterioro de la salud mental del
trabajador.
Cuando alguien sufre de burn-out,
miramos hacia otro lado; cuando es Andreas Lubitz, quien sufría de la enfermedad,
los diarios se sorprenden y llenan con informaciones terribles las primeras
páginas. Lo que dijimos en Curitiba: “las enfermedades inmateriales pueden
tener consecuencias más nefastas que las tradicionales”.
JR
