lunes, 17 de abril de 2023

“La inteligencia artificial es la electricidad del siglo XXI”

La frase no es mía; pertenece al informático británico Andrew Ng. Me apoyo en ella para indicar cuán estériles son los debates sobre si es oportuno o no frenar los avances de la Inteligencia Artificial, como expresan algunos “sabios” de la contemporaneidad. La inteligencia artificial es un proceso irrefrenable e irreversible, como lo fue la electricidad a comienzos del siglo XX.

La historia de la humanidad es la historia del progreso tecnológico. Como expresaba Robert Nisbet, autor que ha escrito sobre la idea del progreso, “la humanidad ha avanzado en el pasado, avanza actualmente y puede esperarse que continúe avanzando en el futuro” y ello “en base a los conocimientos y los avances tecnológicos” (Nisbet Robert, La historia de la idea del progreso, Barcelona 1981). Las tecnologías han contribuido a alargar nuestras vidas, mejorar las condiciones de salud, volver más amigables muchas formas de trabajo, comunicarnos rápidamente con nuestros seres más queridos en cualquier parte del mundo, trasponer los límites geográficos con una facilidad desconocida en el pasado.

¿Son buenas o malas las tecnologías vinculadas a la Inteligencia Artificial? No tengo dudas que son buenas; es el uso que pueda dar a las mismas nuestra sociedad lo que puede volverlas “malas”, pero de por sí las tecnologías son buenas, como lo fue el “radio” descubierto por Madame Curie.

¿A que vienen las consideraciones de este post? Acabo de intervenir en un debate en el Instituto de Derecho del Trabajo de la Universidad de la República sobre el tema del ChatGPT, que tanta preocupación ha despertado en el ambiente docente. 

La nueva herramienta, que permite el “procesamiento del lenguaje natural” (NLP por su sigla en inglés) y una forma de aprendizaje automático, impacta en el debate docente por las amenazas que pueden implicar trampas de los estudiantes en 

sus exámenes o plagios en trabajos en monografías, tesinas y tesis.

El verdadero riesgo es ver el ChatGPT como una amenaza y no como una oportunidad para alumnos y - también - docentes. En efectos, este nuevo instrumento tecnológico tiene un potencial enorme para la docencia, y nos obliga a repensar sobre el “como enseñar” y como evaluar el aprendizaje.

Es probable también que esta tecnología reemplace en tiempos breves - aunque no totalmente - a los docentes, creando verdaderos maestros virtuales interactivos. Ello debe ser visto como un medio para extender las actividades de aprendizaje rutinario, que no implican necesariamente la presencialidad docente. Es una posibilidad más para que los alumnos disperso lejos de los centros urbanos de estudio puedan acceder con mayor facilidad a una enseñanza básica, derivando luego a la labor docente presencial aspectos que tienen que ver con el pensamiento crítico, la creatividad, el trabajo virtual. 

El ChatGPT ayudará a llevar la labor docente (pienso en especial a la Universidad) a cada casa en el Interior del país, con la posibilidad de complementarla con necesarios centros de estudio donde seguirá siendo necesaria la docencia presencial. El ahorro en la formación a nivel nacional - sin exclusiones - y la extensión de la educación a localidades lejanas, sería de por sí una ventaja incalculable en la promoción del aprendizaje a “nivel país”.

¿Los estudiantes podrá hacer trampas en los exámenes o plagiar una monografía con la ayuda de la nueva tecnología? Indudablemente, si; salvo que finalmente los docentes entiendan que son necesarias en el mundo actual nuevas formas de evaluación, que valoricen las habilidades de razonamiento del estudiante, más que la cantidad de conocimiento acumulada. Hoy - en términos generales - las pruebas de examen premian más la “memoria” del estudiante que sus “competencias”. El ChatGPT nos exige entender que lo que más importa no es la memorización del conocimiento (para ello se ocupará el propio instrumento tecnológico), sino la capacidad del alumno de aplicar ese conocimiento a situaciones concretas y emitir juicios a través del razonamiento y la reflexión.

Así, por ejemplo, en la evaluación de una monografía o una tesis es evidente que la calidad de la comunicación escrita quedará en segundo plano y deberá evaluarse la creatividad y originalidad del trabajo.

De todos modos, si bien es necesario replantear las formas de evaluación estudiantil, mucho más importante es el desafío de como llevar a las clases el ChatGPT, para que no sea un “enemigo del profesor”, sino una tecnología amiga de los alumnos y los docentes. Entramos en una época - especialmente los que nos dedicamos al Derecho, cuya materia prima es la escritura - en que abogados y jueces recurrirán cada vez más a la nueva tecnología para armar escritos y sentencias. Los buenos abogados y los buenos jueces, derivaran al ChatGPT la acumulación de información ubicable en los datos (doctrina, jurisprudencias, casos, etc.), pero serán ellos quienes finalmente pondrán su cuota de inteligencia, pensamiento crítico y originalidad al trabajo final. 

Aprender a usar en el aula el Chatgpt en forma inteligente y por supuesto ética es el verdadero gran desafío de la enseñanza en el próximo futuro. Como ha expresado el colega hindú-canadiense Anil Verma, que mucho estimo, “las nuevas tecnologías pueden ser usadas para degradar o abusar de la población, pero eso será una elección que haremos como sociedad. Nuestro compromiso debe seguir siendo el de usar los nuevos instrumentos tecnológicos para servir a la gente y no para esclavizarla”. 

El gran desafío de nuestra civilización será aprender a controlar la inteligencia artificial, no a detenerla.