lunes, 27 de febrero de 2023

El trabajo como (in)certeza

Leo en El País de Madrid de ayer un artículo firmado por Emilio Sanchez Hidalgo con el sugestivo título “El trabajo, en busca de sí mismo”. El autor escribe: “La actividad laboral vive una momento de transformación que no termina de explotar, condicionada por las plataformas digitales, el teletrabajo y la automatización, con la precariedad como constante amenaza”.
  La nota periodística es un disparador sobre las tantas incertidumbres de la época actual, de las que el trabajo constituye a mi juicio el eje central. 
¿Cómo hemos llegado a esta etapa de la evolución del hombre? Repaso mis notas recientes en la computadora y anoto esta reflexión personal: “Vivimos en un mundo que carece peligrosamente de una de las garantías fundamentales de anteriores generaciones: un puesto de trabajo seguro. Las inseguridades laborales se transforman hoy en inseguridades existenciales del ser humano”.  
Es que a lo largo de gran parte del siglo XX, el trabajo subordinado (es decir, aquel trabajo que desarrollábamos en las fábricas y las oficinas bajo la dirección de otro) aseguraba al individuo una doble certeza: la certeza salarial, que permitía al trabajador tener una renta fija y segura para satisfacer sus necesidades, y la certeza del vínculo laboral, puesto que el modelo laboral aseguraba estabilidad y continuidad laboral. Mientras el trabajador cumpliera diligentemente con las tareas que se le encomendaban, no se lo iba a despedir; seguiría percibiendo su salario, hasta que un día sería premiado con su “merecida jubilación” (Anoto que la expresión “jubilación” deriva de “jubilo”, aunque no creo que la lectura de la reforma de la seguridad social nos llene hoy de especial jubilo).
Hoy la certezas del trabajo, esa seguridad que tranquilizaba los hogares de millones de trabajadores, ha entrado en crisis: se ha vuelto “incerteza”. La contraprestación por el trabajo realizado ya no es necesariamente un salario, y de serlo, no es siempre un salario fijo y seguro. El vínculo laboral de carácter subordinado se precariza y es difícil para el trabajador hacer proyecciones a mediano plazo sobre su futuro laboral. 
Las tecnología, el trabajo remoto, las aplicaciones, etc. - como anota el periodista español - han puesto fin a una época de certezas. La cuestión no se limita al salario, porque el hombre-trabajador privado de su condición de trabajador no logra su propia realización como hombre; el desempleado es - en términos de la imperante cultura del éxito - un perdedor. Más drástico aún es el profesor italiano Romagnoli quien expresa: “Quien no trabaja, no es”. O como expresa el especialista francés Alain Supiot, “al desocupado, cuyo numero no cesa de crecer le es rehusada esa parte de humanidad, que es el derecho a la prueba: el derecho de probarse y de ver reconocido así un  lugar legítimo en medio a sus semejantes”.
Las estadísticas de nuestro continente indican de modo unánime que el de los jóvenes es uno de los segmentos de la PEA más afectados por el desempleo. Si tomamos como ejemplo los datos de CEPAL relativos al período 2021/2022, comprobamos que la cuestión de la inocupación juvenil constituye uno de los problemas centrales del desarrollo de América Latina, un continente donde más de la mitad de la población es menor de 24 años y el desempleo juvenil evidencia tasas en aumento en la mayoría de los países.
En el nuevo contexto productivo y laboral, las preguntas se multiplican sin recibir contestaciones concretas: ¿Cuáles serán los avances de la inteligencia artificial y la automatización y cuál el impacto de estos avances en la creación y destrucción de empleos y sobre los salarios? ¿Qué formación laboral requerirá la economía del futuro? ¿Cuáles conexiones deberemos establece entre la educación y el mercado de trabajo, para no seguir formando jóvenes para trabajos que ya no se necesitan?
La empleabilidad del futuro estará inexorablemente ligada a la educación y – en especial el acceso a empleos de calidad - estará reservada a los egresados de la educación terciaria. Pero no solo es necesario promover políticas públicas que faciliten el acceso de los jóvenes a la enseñanza universitaria: es necesario pronosticar e individualizar a mediano plazo cuáles serán las habilidades y competencias necesarias para conservar o mejorar la empleabilidad del futuro, ajustando la educación a esos requerimientos. Ello constituye un especial desafío en el continente latinoamericano, donde las planes de enseñanza terciarios se diseñan para formar en profesiones, tareas y competencias tradicionales, con alto componente académico y poco aterrizaje en la práctica y el trabajo de campo. 
Seamos optimistas y apostemos a esa idea de la “destrucción creativa”, proclamada hace casi un siglo por el economista austríaco Joseph Schumpeter: pensemos que la destrucción de los viejos empleos será sustituida por la creación de nuevos, a veces más numerosos y de calidad. 
Pero ello no será un proceso natural, sino que deberá ser fundado en adecuadas políticas educativas. Las únicas “certezas” del trabajo las ofrecerán en definitiva la formación y el aprendizaje continuo: en este tema nos va el futuro, propio y colectivo. Hay quienes siguen pensando que una mayor formación significa una más intensa explotación del trabajador por parte del empleador. No es así: la formación hoy es el anclaje más importante del trabajador a su empleo. La estabilidad laboral más que con normas se construirá con nuevas habilidades, conocimientos y competencias. 
Hay algo terrible en el futuro del trabajo, que se expresa en el miedo a lo que no conocemos, o tememos conocer: ese mismo miedo - como venimos repitiendo - que tenían los trabajadores de las fábrica de velas, cuando apareció la luz eléctrica. Ante la incertidumbre del trabajo, reconozcamos también que los cambios han generado una realidad dinámica que abre al ser humano posibilidades desconocidas en el pasado. En  medios de tantos desafío, nunca ha sido tan necesaria la reflexión de los operadores y críticos del sistema (desde todas las perspectiva: docente, económica, sociológica, periodística, etc.). El desafío de la sociedad es también –en definitiva – nuestro propio desafío intelectual y humano, volviéndose la educación y la formación la única certeza.

 

viernes, 3 de febrero de 2023

Desafío docente: evaluaciones Siglo XX vs. ChatGPT-3 Siglo XXI

 

En las redes se ha instalado un nuevo debate que reclama la opinión y acción docente: el llamado “ChatGPT-3” es indicado como un instrumento que permitirá a los estudiantes - aún a aquellos no suficientemente preparados - contestar preguntas o redactar textos como monografías o hasta tesis. 

Ya sabíamos que Inteligencia Artificial (IA) alimentaba los llamados “chat bots”, novedosa expresión  para indicar aplicaciones que pueden generar respuestas automáticas y que se emplean desde algún tiempo para los servicios de atención al cliente. La novedad es que apareció en las últimas semanas un nuevo “chat bots” - denominado “Chatbots GPT” (GPT por Generative Pre-trained Transformer) o más simplemente “Chat GPT-3” (versión avanzada de los GPT), que a partir de datos comunicados a la propia aplicación, permite a ésta crear respuestas similares a las humanas con mucha información correctamente redactada. 

La nueva realidad “robótica” podría permitir a los estudiantes sin los necesarios conocimientos, contestar las preguntas de un examen o redactar una monografía. La luz de alerta se ha encendido rápidamente en las universidades del mundo y algunas de ellas ya se han visto forzadas a modificar sus sistemas de examen. Es el caso de las ocho principales universidades australianas, reunidas bajo de denominación de “Grupo de Ocho”, que se cuestionan - expresa su representante, el Dr. Matthew Brown -, “cómo se llevarán a cabo las evaluaciones en 2023”, muchas de las cuales podrían seguir las fórmulas tradicionales como “uso de los exámenes y tests a papel y bolígrafo”.

Por su parte la ciudad de New York ha prohibido en las escuelas públicas el uso del ChatGPT-3, mientras el docente Paul Taylor - de la University College de Londres - afirma que no solo la IA es capaz de responder de forma “coherente, completa y ciñéndose al tema, algo que los estudiantes a veces no consiguen”, sino que el algoritmo ChatGPT-3 “responde de forma diferente a cada interacción, por lo que los estudiantes no obtendrán la misma respuesta que yo recibí”.

Paradójicamente esta sorprendente aplicación me reenvía a mis años escolares, cuando con mucha paciencia y limitado amor para la aritmética - armado de un lapis y una goma de borrar -, ensayaba adiciones, sustracciones, multiplicaciones y divisiones en arrugadas hojas de mi cuaderno. Recuerdo también la obsesión que tenían en casa mis padres y en la escuela la maestra, para que pudiera memorizar la tabla de multiplicar, verdadera tortura para cualquier niño.

            Hoy mi modesta calculadora de bolsillo - que ya debe tener más de 15 años - en instantes realiza las operaciones aritméticas más extraordinarias (por lo menos para mi).

La realidad de la calculadora y de las planillas Excel y otros avances matemáticos han modificado nuestras competencias. No somos mejores o peores por recordar de memoria la tabla de multiplicar: nuestras competencias y habilidades se valorarán en relación la capacidad de obrar con las tecnologías, que faciliten los más dificultosos procesos de cálculo.

            Por lo tanto no me escandalizo, ni me planto irritado ante el nuevo ChatGPT-3. Las innovaciones tecnológicas (mi calculadora de bolsillo fue tal en su momento) obligan a cambios, eliminando viejas competencias y favoreciendo nuevas. Si queremos como docentes enfrentar de verdad el desafío del ChatGPT-3, deberemos recurrir a nuevas modalidades de evaluación de los estudiantes, que tengan en cuenta y valoricen las nuevas tecnologías.

            Una experiencia interesante en tal sentido la he compartido en un curso que dicté con la magistrada Verónica Scavone, en el CEJU (Centro de Estudios Judiciales del Uruguay). El curso refería a un tema central del Derecho laboral - el “tiempo de trabajo” - y estaba destinado a más de 60 magistrados. La evaluación se formuló a través de dos casos en los que se planeaban situaciones distintas y el magistrado-alumno elegía uno de ellos. La prueba consistía en redactar una sentencia muy concreta (no más de 4 carillas) y el magistrado - como ocurre en la vida real - tenía una semana para redactar en su casa la misma, con la posibilidad de acudir a bibliotecas, apuntes de sus estudios universitarios, bases informáticas de jurisprudencia o al mismísimo Google. La prueba no tenía como objetivo evaluar la “memoria” del magistrado, sino su capacidad y competencia para resolver con adecuado criterio y conocimientos un caso, con la debida fundamentación en doctrina y jurisprudencia (como sucede, repito, en la vida real). La evaluación permitió examinar aspectos como el nivel de análisis en la defensa de la posición sustentada, la organización de las ideas expuestas, la calidad de la doctrina reseñada, en el espacio limitado de 4 carillas, que obligaba a concretar los criterios y conceptos expuestos. En mi opinión, la prueba resultó un verdadero éxito, permitiendo una adecuada evaluación de los participantes.

            Entiendo por lo tanto que el gran desafío docente será “construir” - en un intercambio colectivo promovido en cada centro de estudios  - nuevos instrumentos y procedimiento de evaluación, que apuesten a valorizar las habilidades y capacidades de razonamiento del estudiante, más que emitir un juicio académico sobre la cantidad de conocimiento acumulada. Más que oponerse a las aplicaciones del siglo XXI, el verdadera desafío será modificar las antiguas formas de evaluación, que nos llegan desde el siglo pasado y que sigue activas en nuestras universidades.

            No será fácil un cambio de criterio sobre las evaluaciones tradicionales, pero el ChatGPT-3 nos exige, obligando a entender que lo que más importa no es la memorización del conocimiento, sino la capacidad del alumno de aplicar ese conocimiento a situaciones concretas y emitir juicios a través del razonamiento y la reflexión

            Si pretendiéramos seguir evaluando a los estudiantes según nuestro sistema de preguntas y respuestas mnemónicas (como en el siglo XX), seguramente la IA de concierto con uno o muchos de ellos, logrará burlar las dificultades de la prueba. Si en cambio la evaluación apuntará a medir los criterios y competencias utilizados para resolver un problema, la IA del siglo XXI podrá volverse una herramienta más a disposición de la formación del estudiante.

            Si bien es cierto que la IA colaborará con el estudiante en aspectos formales como la redacción de un texto, la atención del docente deberá trasladarse a los contenidos más que a las formas. Una redacción - aún correcta, pero vacía o pobre de contenidos - será sin duda detectada y calificada por el docente como insuficiente.

            Preparémonos por lo tanto para este nuevo desafío, que deberá medir las competencias formativas del estudiante, dejando en segundo lugar su capacidad de memorizar textos y leyes. Ya nadie - ni jueces, ni abogados; ni arquitectos ni médicos - ejercen su actividad “de memoria”.