miércoles, 24 de febrero de 2021

La financiación de la seguridad social: ¿quien pagará la cuenta?

        El debate en curso sobre la probable reforma de la seguridad social, significa  mucho más que una confrontación de opiniones técnicas diversas sobre una ley futura: es un dilema que nos compromete a todos y a todos nos hace reflexionar, porque en ello va parte de la paz y la felicitad pública de los próximos 30 años. 

En el debate está presente un sólido argumento: se ha extendido la duración de la vida humana. Es cierto, pero me gusta expresar la idea de otra forma: más que la duración de la vida, se ha extendido la duración de la vejez humana. Al mismo tiempo en el Siglo XXI  la mayor parte de los trabajadores a partir de los 55 o 60 años se están volviendo disfuncionales para el modelo productivo. 

El taylorismo/fordismo no solo había concebido una manera de producir, había también “pensado” y promovido un modelo social, que se sostenía sobre la idea de la estabilidad laboral: un trabajador a los 60 años, razonablemente había cotizado por lo menos durante 30 años. Hoy, las nuevas formas de trabajo se originan en la fugacidad e inestabilidad de los vínculos, sin que aparezcan ideas sólidas sobre las tutelas del nuevo modelo. 

Pero volvamos al tema de la financiación de la seguridad social: me acerqué por primera vez a la cuestión, aún en dictadura, cuando por impulso de Plá Rodríguez se publicó en 1984 el libro colectivo “La Seguridad Social en el Uruguay”. En el reparto de las barajas, a mi me tocó precisamente estudiar el tema de la financiación del sistema, cuestión que nunca había profundizado. He vuelto a leer ese texto luego de 30 años y - aun en la coyuntura actual - hay una pregunta que se plantea, quizás con más rigor que en el pasado. Escribía en aquel entonces algo que, admito, suena obvio: “La problemática fundamental de la seguridad social puede resumirse en la pregunta de quién asume el costo del sistema”. Hoy en lenguaje del blog, la pregunta es “¿Quien pagará la cuenta de la Seguridad Social?”

Si la pregunta es obvia, las contestaciones ayer como hoy, ponen en discusión no solo criterios técnicos, sino concepciones filosóficas e ideológicas. 

¿La vejez y todo lo que acompaña el deterioro del ser humano es un problema individual o social? ¿La solución corresponde al trabajador, a su empleador, al Estado o a toda la sociedad?

Bismark en el siglo XIX (estamos hablando de algo tan remoto como el siglo XIX) ideó para la financiación de los seguros sociales un sistema de financiación conocido como de “triple aporte” (trabajadores, empleador y Estado). Esta concepción - por más críticas que haya recibido - fue funcional al régimen de trabajo fordista/taylorista y a sus criterios de estabilidad laboral. 

Hoy escuchamos consideraciones que confirman indirectamente la centralidad de la idea bismarkiana: se señala por ejemplo que de los cálculos realizados surge que un trabajador aporta menos, de lo que recibirá una vez que se jubile (entre otras causas, por el hecho de su sobrevida). Eso es reafirmar el criterio de una financiación de la seguridad social fundada sobre el principio decimonónico del “do ut des”: tanto aportás, tanto vas a recibir. En una visión individualista de las tutelas previsionales ello es correcto: hay que equilibrar los aportes con los beneficios, porque de otro modo existirá un déficit. 

Pero al hablar de los problemas de la sobrevida, entendemos que estos no se resolverán con el aporte individual. La “vejez” será uno de los desafíos más importantes de los próximos 20 años que afectará inevitablemente a toda la sociedad: a las familias, a los sistemas de asistencia médica y de cuidados, al gobierno nacional del signo que sea. 

Por lo tanto, debemos mirar con mucha precaución las soluciones bismarkiana. Quien me conoce sabe que no soy fanático de posiciones extremas: es necesario por un lado establecer criterios racionales para una participación de los ciudadanos y en especial los trabajadores en el sistema, pero si nosotros termináramos concibiendo el sistema todo como un gran banco al que vamos depositando nuestros ahorros durante toda la vida útil, para un día beneficiarnos con esa acción tan meritoria y éticamente respectada, estaremos perdiendo de vista la realidad. 

Vivimos una realidad laboral en la que hay cada vez menos trabajadores típicos, en planilla, como los obreros de fábrica del taylorismo clásico o los funcionarios de por vida de una empresa. Hoy los trabajadores típicos son sustituido inexorablemente (y casa vez con mayor velocidad), por trabajadores precarios, informales, desregulados, autónomos, etc. y... además por las máquinas y la automatización en general.

Por lo tanto, mi pregunta inicial - ¿quién pagará la cuenta de la Seguridad Social - admite una contestación binaria: los trabajadores pagarán una parte de esa cuenta y otra parte la deberá pagar la sociedad toda a través del sistema impositivo (lo cual ya viene sucediendo). Y aquí de vuelta, las diversas concepciones se confrontan para definir que parte corresponderá a los trabajadores y que parte a la sociedad toda. En la medida que la vida (o la vejez) se prolonga, deberá  concebirse una participación pública cada vez más importante en el reparto de los costos, porque - repito - la vejez deja de ser cada vez más un problema individual, para volver un problema social.

¿Solo aportaremos los humanos o también las máquinas?
Lo he escrito dos años atrás en este blog, aunque no tengo la paternidad de esa idea: ¿los robots deberán aportar a la seguridad social?   Es una forma de expresarse, lo sé,  pero que esconde una verdad: ¿como financiar la seguridad social del futuro con menos trabajadores contribuyentes y más máquinas?
Los sistemas de tutela – para ser eficientes y en condiciones de cubrir las necesidades sociales de las poblaciones – deberán “pensar” modelos construidos en gran parte a partir de una base tributaria que grave la mayor riqueza producida, como contracara de la exclusión que esa misma riqueza genera. Y son precisamente las empresas tecnológicas, las que hoy generan mayores riquezas con menor trabajo. A la pregunta de hace tres décadas - “quien paga la cuenta de la seguridad social” - hoy contesto: “todos deberán contribuir, y en especial los robots y las altas tecnologías que desplazan a los trabajadores de cualquier edad”.
La idea de que los robots contribuyan a la economía global es evidentemente un eufemismo para indicar que una de las preocupaciones de los gobiernos de países avanzados es definir un sistema fiscal para gravar los empresas digitales, el e-commerce o aquellas actividades que se realizan con menos trabajo humano, pero generan al mismo tiempo iguales o mayores riquezas.
Confirma la centralidad de este punto en el debate actual el hecho, que la semana pasada se reunión el G7, con la participación de un representante de USA, marcando como “máxima prioridad” llegar a un acuerdo internacional para gravar a las empresas digitales, en línea con el compromiso firmado por la OCDE y el G20 para alcanzar una solución a mediados de año. 
 Una reflexión final
En una época en que el trabajo humano escasea, más que revisar los cálculos actuariales, es necesario imaginar un sistema tributario que compense el aumento de los gastos futuros de la seguridad social generados por la vejez. En ese reparto de costos, todo proyecto de reforma de la seguridad social deberá definir cuál será la parte de “cuenta” que deberá pagar - a modo de compensación - la generación de riquezas producida sin trabajo o con menos trabajo o con trabajo más precario. 
De otro modo, como en esa película “Volver al futuro”, las próximas décadas - al reproducir un círculo vicioso entre trabajo pobre y seguridad social insuficiente, nos devolverán a ese contexto social, que tan bien describía Víctor Hugo.