jueves, 16 de abril de 2015

Galeano: los albañiles y el origen del mundo

Estuve atento en estos días a entrevistas, comentarios, opiniones en la red sobre el fallecimiento de Eduardo Galeano, una de las figuras que (más allá del futbol) ha permitido difundir el nombre de nuestro país en el mundo. Aún recuerdo cuando en el año 2000 entré en una librería en la ciudad italiana de Urbino y vi en un estante en destaque, tres tomos encuadernados en cuero: "Eduardo Galeano - Opera completa".
Y seguramente en todos los paises de este mundo globalizado podremos encontrar en una variedad imprevisible de idiomas, su reflexiones y sus cuentos.
Si debo destacar un comentario, debo referirme a Daniel Supervielle que en el programa radial de Emiliano Cotelo - En Pespectiva - habló de Galeano relatando diversas anécdotas del escritor. Refiriéndose a sus cuentos y citando a Gelman, Supervielle dijo: "supo ver la madera en el palito". Y es así. Una muestra de ello son los pequeños cuentos sobre el trabajo y los derechos de los trabajadores que la Fundación Electra recogió en uno de sus "Cuadernillos", que bien vale la pena adquirir antes que se agote.
Como muestra, va este cuento: hay mucha madera en la brevedad de la historia.

El origen del mundo

Hacía pocos años que había terminado la guerra española y la cruz y la espada reinaban sobre las ruinas de la República.
Uno de los vencidos, un obrero anarquista, recién salido de la cárcel, buscaba trabajo. En vano revolvía cielo y tierra. No había trabajo para un rojo. Todos le ponían mala cara, se encogían de hombros, le daban la espalda. Con nadie se entendía, nadie lo escuchaba. El vino era el único amigo que le quedaba. Por las noches, ante los platos vacíos, soportaba sin decir nada los reproches de su esposa beata, mujer de misa diaria, mientras el hijo, un niño pequeño, le recitaba el catecismo.
Mucho tiempo después, Josep Verdura, el hijo de aquel obrero maldito, me lo contó.
Me lo contó en Barcelona, cuando yo llegué al exilio.
Me lo contó: él era un niño desesperado, que quería salvar a su padre de la condenación eterna, pero el muy ateo, el muy tozudo, no entendía razones.
–Pero papá –preguntó Josep, llorando–. Si Dios no existe, ¿quién hizo el mundo?
Y el obrero, cabizbajo, casi en secreto, dijo:
–Tonto.
Dijo:
–Tonto. Al mundo lo hicimos nosotros, los albañiles.


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