domingo, 9 de agosto de 2015

LOS LIMITES DE LA SOLIDARIDAD


¿Hasta donde llega nuestra solidaridad con un compañero de trabajo? ¿Estamos dispuestos a renunciar a un beneficio laboral a cambio de que otro trabajador no sea despedido o enviado al seguro de paro? ¿En la actual sociedad post-capitalista e individualista, quedan espacios para la solidaridad en el trabajo y hasta qué límite?
            Esta es la pregunta que se formulan los hermanos belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne, quienes dirigen la película “Dos días, una noche”, que se estrena en Montevideo. La trama es verosimil: Sandra, trabajadora y madre de dos hijos, será despedida de la empresa donde trabaja. Sin embargo, podría conservar el empleo si sus compañeros de trabajo, dieciséis sin contarla a ella, deciden por votación secreta y por mayoría renunciar a una prima anual de 1.000 euros  a cambio de que ella mantenga su empleo.
            Durante los dos días del título de la película, Sandra – magistralmente interpretada por Marión Cotillard, quien obtuvo una nominación al Oscar este año por esta actuación – visitará desesperadamente a sus compañeros de trabajo pidiendo, implorando que renuncien a esa gratificación extraordinaria que prometió la empresa. Las reacciones será de lo más distintas: el apoyo, la negación, la ira, el insulto. Es un drama entre trabajadores, en que la empresa queda en segundo plano, esperando impasible el resultado de esa votación.
            Impresiona la película porque para quienes nos dedicamos a las relaciones laborales o al derecho del trabajo – como abogados o asesores de una empresa o un sindicato – la opción se ha planteado más de una vez: reducir la planilla de trabajo con despidos o envíos al seguro de desempleo, o reducir beneficios laborales. Más en épocas de crisis.
            Al comparar nuestra modernidad con la solidaridad obrera del industrialismo, me pregunto cómo reaccionaría cada uno de nosotros. ¿Somos los mismos cuando empleamos la retórica y cuando el trabajo del otro depende de un sacrificio nuestro? ¿Cuál es el discurso y cual la realidad?
            Un diálogo mano a mano con nuestro espejo no nos vendría mal, para calibrar cuáles son los límites de nuestra solidaridad.

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