domingo, 16 de agosto de 2015

DE LA LUNA A LA TIERRA



            El libro de Julio Verne “De la tierra a la luna” fue un clásico para los adolescentes de mi generación. Nos es casual tampoco que Georges Mèliés filmara en 1902 “Le Voyage dans la Lune”, película que mostraba una luna más parecida a una pastel de crema, que a nuestro satélite natural. La luna era para la humanidad mucho más que un cuerpo astronómico: significaba lo que estaba más allá de las razonables posibilidades humanas; era la imagen cotidianamente presente de un límite difícil de alcanzar.

Cuando el hombre finalmente aterrizó en la luna, fantaseó con la idea de poder un día colonizar el satélite natural de la tierra. Han pasado más de cuatro décadas desde aquel día y hoy banalizamos ese hecho: ¡cuanto inútil dinero se gastó en aquella loca “carrera espacial”, que formaba parte del aparato propagandístico de la guerra fria! 
            Lo que no podíamos imaginar en el lejano mes de julio de 1969 es que ese ambicioso proyecto de la “conquista del espacio”, tendría como resultado inadvertido avances inimaginables en el mundo de las comunicaciones. En efecto en el marco de ese plan se lanzaron al espacio centenares de satélites artificiales que levantaron una red global de telecomunicaciones, la misma red que constituye hoy el principal sistema de control sobre la tierra. Sin ese desarrollo extraordinario de las informaciones y comunicaciones – que acompañó la carrera espacial -, no podríamos hoy imaginar Internet, las tecnologías GPS, las computadoras cada vez más potentes y menos costosas, los blackberry, las redes sociales y tantas nuevas expresiones de este descomunal avance, que confluyen en esa telaraña global que alcanza todos los aspectos de nuestra vida. Queríamos colonizar la luna y terminamos colonizándonos a nosotros mismos. Orwell lo había imaginado unas décadas antes: ¡hoy vivimos y trabajamos controlados! 
 El viaje a luna dejó como consecuencia la presencia de miles de ojos monitoreando desde los satélites, que nos convirtieron a cada uno de nosotros en protagonistas de un verdadero “Truman Show”.

            Las nuevas tecnologías han tenido un impacto profundo en todos los aspectos de la vida cotidiana. En particular, han marcado su presencia en las diversas formas de organización del trabajo y en la propia actividad y vida privada de los trabajadores.
            Hoy ha cambiado la morfología de la subordinación (hablamos de teledependencia) y es difícil establecer el límite entre la potestad de la empresa a controlarnos y nuestro derecho a la privacidad e intimidad. 
 Los diversos aparatos de control (cámaras, micrófonos, emails “pinchados”, pero también sofisticados sistemas de seguimiento de nuestra salud y nuestras acciones) permiten conocer en tiempo real los aspectos más reservados de la conducta y vida del trabajador, a lo largo de su jornada laboral. Esos sistemas además registran, almacenan la información a lo largo de la vida laboral de cada uno de nosotros: se ha desarrollado un verdadero e implacable sistema de seguimiento  humano, del que nunca podemos tener la seguridad total de liberarnos. Las tecnologías invaden la vida del trabajador aún fuera de la empresa, lo acompañan muchas veces a su hogar (pensemos en el trabajo de retén o simplemente en el hábito de contestar fuera de horario a los emails que nos envía nuestro empleador). Por otra parte sofisticados ficheros electrónicos guardan datos sobre nuestra imagen, estructura psicológica, conducta y salud.

            Sorprende en nuestro país el aparente desinterés que notamos en las organizaciones sindicales, que (en general) aceptan sin resistencia el uso – y a veces el abuso – que los empleadores hacen de las nuevas tecnologías: la posibilidad que el empleador revise el correo electrónico del trabajador o que instale sofisticados sistemas de control en el ámbito laboral (cámaras, micrófonos GPS, etc.) son expresiones de un poder de dirección tecnológico, aceptado por parte de los colectivos de trabajadores.
            Los reclamos de los sindicatos se detienen en la solicitud de preavisos, información y acuerdos sobre la dirección de las videocámaras, pero no discuten el meollo del asunto: la posibilidad que el empleador ingrese – con la excusa de velar por la seguridad y protección de sus bienes – en las esferas más íntimas de la privacidad del trabajador. 
           Queríamos viajar a la luna y... la luna se burló de nosotros.


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