martes, 1 de enero de 2019

DE COCHEROS A CONDUCTORES DE DRONES

Comienzo el año reflexionando una vez más sobre el futuro del trabajo: un futuro llamativamente actual, en el año en que inevitablemente pensamos en la celebración de los 100 años de la OIT.
            La primera reflexión de este 2019 apunta a la compleja cuestión de la formación de los jóvenes en nuestro país. He leído días pasados una interesante entrevista en Busqueda (27/12/2018) al Presidente del CODICEN Wilson Netto, en la cual se plantea un dilema formativo terrible: si aumentamos las exigencias de la formación, tendremos más abandonos de nuestros estudiantes, y por lo tanto más exclusión, porque quien es reprobado termina desertando del sistema.  La entrevista plantea el dilema de nuestros días. ¿debe la educación tener como principal objetivo la inclusión social o la formación? ¿Son compatibles inclusión y formación?
            He tratado de plantear el terrible dilema a algunos amigos y familiares en los últimos días, pero el debate se dispara hacia un extremo u otro, siempre desde una perspectiva de política partidaria, es decir con emoción más que con reflexión.  
            No tengo respuestas claras luego de la entrevista a Netto; podría hablar de las bondades de la formación inclusiva, pero al mismo tiempo temo caer en una retórica que desconozca una realidad que no es solo local: miremos el mundo,  miren las banales seriales de Netflix (que son en gran parte el espejo de nuestra sociedad) y veremos que la falta de formación, el trabajo precario, la informalidad fruto de la pobreza y los conocimientos escasos se van extendiendo como una imparable mancha de petróleo en los diversos continentes.
            Pero no veo otra solución que formar y formar más: solo apostando a la formación es posible detener la mancha. El gran desafío es extender la formación a todos los sectores de la sociedad, porque de otro modo la formación excluyente solo servirá para aumentar la brecha de los ciudadanos del futuro: hoy con la educación gratuita no alcanza como en el pasado; otras concausas juegan en contra de la inclusión.

Muchas veces una imagen vale más de cien palabras. Empiezo el año leyendo unas páginas de Yuval Noah que se ha vuelto mi autor de cabecera. ¿Porqué los cocheros (aquellos conductores de carros a caballo) del siglo XIX no tuvieron problemas en transformarse en choferes de automóviles, cuando los carros fueron sustituidos por los vehículos a motor? ¿Porque los actuales choferes de taxi no podrán transformarse con las nuevas tecnologías en futuros conductores de drones, cuando no existirán más autos que necesiten de choferes? Sobre esta reflexión Noah expresa que no fue especialmente difícil para los conductores de coches a caballo recalificarse en conductores de taxis; pero el problema que hoy se plantea es que los nuevos empleos exigirán un gran nivel de pericia y, por tanto, no resolverán los problemas de los trabajadores no calificados sin empleo. Las tecnologías del siglo XXI expulsarán a los choferes de taxis, como las del siglo XX expulsaron a los caballos de los carros.
            En fin, el debate del futuro sigue centrado en la educación/formación. ¿Tolerar la ignorancia para no excluir a los jóvenes, o redoblar esfuerzos en la enseñanza (y también en las reglas de la disciplina y en las actitudes humanas) para apostar a la formación de los nuevos empleos?
            Entiendo la postura de Wilson Netto  - a quien estimo por otra parte - pero me preguntó si una enseñanza facilitadora de la inclusión, no terminará por excluir mayores franjas de jóvenes. Algo así, como “pan para hoy y hambre para mañana”.

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