Las
relaciones laborales uruguayas han vivido los últimos 10 años la experiencia de una espiral
virtuosa que ha logrado reoxigenar el sistema y promover las condiciones
laborales – en lo individual y lo colectivo – de los trabajadores.
La bonanza económica fue un factor
importante para que crecieran salarios y mejoraran los derechos de los
trabajadores. Pero también existieron políticas públicas que impulsaron una redistribución
de la renta a través de mecanismos como los Consejos de Salarios.
En mi opinión, al referirnos a los
años 2005-2014, podemos afirmar que existió una verdadera reforma nacional del
derecho del trabajo y de las relaciones laborales, que supo combinar “reglas de
mercado” (en un mundo global consideramos insostenible apartarse de una
economía de mercado) con reglas “anti-mercado”, es decir reglas que atemperaran
los efectos negativos de un mercado librado exclusivamente a sus propias
reglas, permitiendo así una ponderada participación de todos los sectores de la
sociedad a los beneficios del desarrollo económico.
Hoy se habla de crisis (o por lo menos, de comienzo de una
crisis), de que ya no hay viento de cola, de que el futuro es incierto. Y esta
visión pesimista (sin dudas motivada por causas económicas, pero también “sin
dudas” por el desanimo colectivo) nos contagia a todos: Estado, trabajadores, empleadores,
organizaciones.
Ante
indicios de crisis, olvidamos los últimos diez años y entramos en pánico: no es
casual que un diario comentara hace unos días que los “ataques de pánico” en
Uruguay son una patología cada vez más frecuente.
Hace unas
semanas leía algo trasladable a las relaciones laborales: el
llamado Modelo de Hofstede. ¿Que es eso? Geert Hofsted es un venerable señor
nacido en Holanda en 1928, psicólogo social, antropólogo y especialista en las relaciones entre las culturas nacionales y entre las culturas
de las organizaciones. Entre otras cuestiones, Hofsted es famoso por haber
desarrollado el llamado "Modelo de
las Cinco Dimensiones" para identificar los patrones culturales de cada nación o
grupo. Entre esas dimensiones, indica la “aversión a la
incertidumbre”, que refleja el
grado en que una sociedad o grupo tiene temor a la incertidumbre y al riesgo. Y al referirse a esta dimensión, Hofsted expresa
que “las culturas mediterráneas, Latinoamérica y Japón son las más altas
en esta categoría”.
Según este
psicólogo social los latinos tenemos un alto grado de preocupación frente a los
cambios y la ambigüedad y es por ello que ansiamos reglas que nos permitan
visualizar salidas a nuestra incertidumbre. En otras palabras, no sabemos vivir
el presente, sin agobiarnos con una gran preocupación por el futuro.
Algo
parecido veo hoy en el sistema de relaciones laborales uruguayo (y en sus
actores): miedo al futuro, angustia por algo que no sabemos todavía muy claramente
prever, necesidad a gritos de que alguien (obviamente el Estado, en nuestra
cultura) aplaque nuestra ansiedad. Y como buenos latinos que somos, vivimos en
la creencia que escribir normas sobre el papel, resolverá todos nuestros
problemas futuros.
No es así.
Las normas sobre papel pueden ajustar la realidad, pero confrontadas con una realidad
difícil son lo que son: ... papel.
Quien me conoce sabe que entre mis defectos no está
el pesimismo. Soy genéticamente optimista, y es por eso que afirmo con
convicción que no es momento ni de miedos, ni de enfrentamientos, ni de ataques
de pánico. Estamos ante una posible crisis que reclama a gritos cordura y
soluciones concertadas. Ese es el desafío: sentarnos alrededor de una mesa y
construir en paz, con responsabilidad; y fundamentalmente sin dejarnos guiar
por los malos consejos de la incertidumbre.
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