Han
pasado 47 años: 1968 fue un año distinto. Marcó un antes y un después en la
vida social, política y universitaria. Lo recuerdo con nostalgia porque fue el
año en que ingresé a Facultad. Pero también con dolor: fue el año de la muerte
de Liber Arce, que abriría años de miedo en nuestro país. Había asumido un
Presidente de la República que pocos conocíamos (en realidad asumió a fines de
1967), los cañeros marcharon por cuarta
vez desde Artigas a Montevideo. Recuerdo cuando los “peludos” nos hablaron a
los estudiantes en el Salón 1 de la Facultad. En Europa se vivió la llamada
Primavera de Praga, un breve intento de libertad liderado por el presidente Dubcek
y destinado al fracaso, pero que marcaría el primer grito de libertad contra el
régimen soviético.
De todos los acontecimientos que
marcaron ese año 1968, el que hoy seguimos viviendo en nuestra experiencias y
sueños universitarios (a veces inconscientemente) fue el que se recuerda como “mayo
francés”, ese movimiento trascendente en la vida política y estudiantil (con
proyecciones globales), que se desencadenó el 4 de mayo de 1968. Los
estudiantes de La Sorbona
bajaron a las plazas de Paris bajo la consigna "prohibido prohibir" y
a los pocos días se unirían a ellos las organizaciones sindicales, en esa
sinergia “obreros y estudiantes” que marcaría nuestro país y el mundo en los
años siguientes.
El
´periodista político español Felipe Sahagun nos recuerda que “como la revolución francesa y las conquistas napoleónicas dos siglos
antes, las revueltas estudiantiles y las huelgas masivas que sacudieron Francia
en mayo del ‘68 fracasaron finalmente en los campos de batalla, pero sus
efectos cambiaron la vida de generaciones”.
La
consigna “prohibido prohibir” fue el
lema de la revuelta. Siempre entendí el “Prohibido prohibir” como
expresión de la idea que nadie tiene el derecho de marcar a los otros sus
conductas de vida. Cada uno debe crecer responsablemente en la sociedad para
poder vivir una vida plena, sin guías mesiánicos que nos indiquen el camino. Ese
fue el gran cambio que produciría el Mayo Francés: liberar una sociedad que
vivía aprisionada en la hipocresía de reglas impuestas por élites, que fundamentaban
su posición en una moral dogmática, que no admitía cuestionamientos.
El Mayo de 1968 significó
un viento que promovió la libertad de expresión en todos los ámbitos
universitarios, produciéndose un quiebre en las relaciones tradicionales de la
época, marcadas por el poder de docentes almidonados ante estudiantes que
recibían sumisos la transmisión del saber de la “catedra”. A partir de esos
días, cambió el relacionamiento en todas las universidades del mundo entre
quien enseña y quien aprende.
En el Mayo francés tomó cuerpo una idea “fuerza” en torno de
la enseñanza: nadie es dueño de la enseñanza, debemos aprender los unos de los
otros. Los estudiantes deben aprender de los docentes y los docentes de los
estudiantes, porque el enseñar y el aprender universitario deben ser la
expresión de una construcción colectiva.
Pienso que
el ámbito de nuestra Facultad es propicio y cercano a todos nosotros para poner
en práctica esas ideas de aprendizaje interactivo, porque la Universidad,
nuestra Facultad, son mucho más que una “academia de enseñanza” o un sistema de
engranajes de transmisión de conocimiento: son – deben ser - un foro de
investigación, de reflexión crítica y debate sobre la sociedad, sobre el
trabajo, sobre la ética y la justicia, y en definitiva sobre el rol que
queremos desempeñar en nuestra comunidad nacional.
Celebro por
lo tanto este mes de mayo con la letra de la hermosa canción de Sandra
Mihanovich “Prohibido prohibir”: No se puede prohibir, ni se puede negar el
derecho a vivir, la razón de soñar... No se puede prohibir la elección de
pensar, ni se puede impedir la tormenta en el mar... No se puede prohibir el
afán de cantar, ni el deber de decir lo que no hay que callar.
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