No soy un crítico cinematográfico, con lo cual los lectores de este blog
perdonarán el nivel de la exposición y los conceptos no siempre afinados que
puedan aparecer en la nota.
Mi nueva función de “crítico de cine”
ha sido estimulada por dos películas muy distintas, que vi en la última semana,
y que muestran aspectos dolorosos del trabajo y la seguridad social. Son
películas diferentes en escenarios diferentes: la primera se desarrolla en la
Inglaterra del primer mundo, la segunda en la Argentina barrial y corrupta, donde
los débiles ensayan estrategias de la pobreza para sobrevivir. Las dos
películas están unidad por una idea común: la vulnerabilidad del ser humano y
su necesidad de conseguir a cualquier precio un trabajo o una prestación de
seguridad social, para sobrevivir.
La primera
película se titula “Yo, Daniel Blake” y habla de la historia de un trabajador
que por primera vez en su vida está afectado por severos problemas cardiacos,
Daniel Blake, carpintero inglés de 59 años, viudo, se ve obligado a acudir a la
asistencia social. Sin embargo, a pesar de que el médico le ha prohibido
trabajar, la administración le obliga a buscar un empleo si no desea recibir
una sanción. En la oficina de empleo, Daniel se cruza con Katie, una madre
soltera con dos niños. Prisioneros de la maraña administrativa actual de Gran
Bretaña, Daniel y Katie intentarán ayudarse mutuamente. (FILMAFFINITY). La
película se centra en la barrera burocrática que muchas veces la seguridad
social opone a sus posibles beneficiarios. El sistema se muestra a través de
funcionarios asépticos, pero implacables; computadoras que definen nuestros
destinos (aunque Daniel Blake no sepa como escribir en una computadora); la rigidez de oficinistas,
que no ven más allá de lo que indican los datos estadísticos y las consideraciones
formales. La película está dirigida por el afamado Ken Loach (el mismo de “En
mundo libre”, donde explora la flexibilidad de la globalización en Gran
Bretaña) y actuada por un extraordinario Dave Johns. Dato no menor es que la película ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes 2016.
La segunda película nos traslada a un mundo totalmente distinto:
subdesarrollado, pobre, sucio, corrupto. “El Patrón: radiografía de un crimen”
– que encontrarán en Netflix – relata la historia de un hecho criminal,
protagonizado por un hombre de Santiago del Estero,
que llega a Buenos Aires en busca de trabajo y termina explotado por un
siniestro patrón que lo obliga a vender carne podrida y que lo somete a una
verdadera esclavitud, en el corazón de la Ciudad de Buenos Aires y en el siglo
XXI. (FILMAFFINITY). Es una película sobre la explotación laboral llevada al
límite, el trabajo forzoso de los desesperados que emigran desde la miseria de
su región, la corrupción que domina las relaciones laborales del vecino país.
El trabajador (que técnicamente es independiente, aunque sometido al poder de
la persona a la que reconoce como “patríon), es interpretado magistralmente por
Joaquín Furriel. Es poco más que analfabeta y cuando la policía le pregunta por
qué cometió el crimen, contesta: “El patrón se burlaba de mi; en mi pueblo es
diferente: el patrón de la estancia te hace trabajar todo el día, pero no se
burla de sus peones, los respeta y los defiende”: la extraña visión del “patrón
bueno” y del “patrón malo” de un desesperado.
En fin,
vale la pena ver estas películas, que en definitiva son expresiones de la
vulnerabilidad que es la contracara de un siglo con grandes avances
tecnológicos, y con notables retrocesos humanos.
Dr. Raso siempre resulta suamamente interesante su visiòn y seguro que las dos pelìculas las podrè ver Gracias
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