¿Deberán los robots aportar a la seguridad social?
La información me la transmitió el
colega y amigo Hugo Barretto, siempre atento a los temas laborales. Bill Gates,
el fundador de Microsoft, expresó hace unos días que
los robots deberían compensar fiscalmente los puestos de trabajo que reemplazan.
En su opinión, los gobiernos deberían cobrar un tributo a las empresas que los
compran. Desde su punto de vista, estos ingresos podrían destinarse a la
creación de empleo en otras áreas donde la empatía y la sensibilidad humana es
más difícil de sustituir por una máquina, como por ejemplo el cuidado de niños
y ancianos.
Dicho de otra forma, el millonario
Gates expresa que los robots deberán aportar al sistema impositivo, del que la
seguridad social forma parte. Lo expresa Gates – personaje muy mediático – y su
afirmación puede sorprender a aquellos que todo lo quieren, menos pagar más impuestos.
Comparto la idea de Bill Gates y –
con menos glamour y visibilidad – la he expresado en algunos de mis recientes
trabajos.
Las nuevas tecnologías – he escrito –
ampliarán la brecha entre trabajadores no capacitados o desempleados y
trabajadores con capacitación suficiente para interactuar con los robots y solo la seguridad social podrá construir un marco de tutela colectivo.
Como
expresa Christophe Degryse de la European Trade Union Institut, la pérdida
masiva de puestos de trabajo, la mayor polarización de la sociedad, hará
peligrar la financiación de la seguridad social y erosionará la base impositiva
de la sociedad. En esta perspectiva – agrego - la seguridad social – entendida como
tutela de la sociedad toda – será el principal instrumento para equilibrar las
diferencias entre los sectores ricos y protegidos de la población y aquellos que
las tecnologías marginarán del sistema.
En mi visión sobre el futuro del trabajo – reiterada en los últimos tiempos – las tecnologías cada vez más sofisticadas, harán crecer las
riquezas materiales. Habrá más productos, más bienes de consumo, objetos de
mejor calidad, pero – y este es el pero – la distribución de esas riquezas será
cada vez más injusta, porque el trabajo de calidad será la llave de acceso a
ellas. Sin trabajo de calidad – o lisa y llanamente, sin trabajo – no habrá
para amplias franjas de la población la posibilidad de acceder a los bienes
producidos en la economía robotizada.
Imagino que en ese futuro de
división entre la riqueza y la pobreza, el camino a recorrer será buscando
fórmulas fiscales que atenúen esas diferencias. Por supuesto, hablo de la redistribución
de los bienes y las rentas. Pero no hago esta afirmación desde una perspectiva
ideológica, sino simplemente como una reflexión racional. La misma afirmación
racional que hace Bill Gates. ¿La sociedad del consumo, la sociedad beneficiada
por las nuevas riquezas, cuánta pobreza podrá soportar? ¿Qué niveles de
desempleo? ¿Cuál dimensión de criminalidad? Porque creo que a todos nos queda claro que
pobreza, desempleo, educación precaria y criminalidad se retroalimentan entre
sí.
El problema de las relaciones
laborales que diferencian cada vez más a los trabajadores, los temas de la riqueza
y pobreza, las tutelas sociales no son un problema exclusivo de mi país
(Uruguay). El problema es global, como bien lo indica la película ganadora del
Oscar Moonlight, que muestra una
Miami más cercana a los barrios marginales de mi ciudad, que a la Miami de
Southbeach, llena de glamour.
Sí. No dudo en afirmarlo: los robots
deberán pagar aportes a la seguridad social; o los gobiernos deberán encontrar
fórmulas que compensen el desempleo con impuestos sobre la robotización y las
riquezas que la misma crea, a expensa de la destrucción del trabajo.
Es un tema de justicia, pero también
es un tema de responsabilidad y de supervivencia. He aprendido – entre otras
cosas - a no burlarme de las películas postapocalípticas.
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