Un hecho sacudió hace algunos días la crónica de Montevideo. A las 7,30 de la mañana, un ómnibus conducido por un chofer aparentemente en estado alterado, luego de un recorrido a contramano a alta velocidad, rompió el muro de la costanera y terminó sobre la arena. El balance al día de hoy es una pasajera muerta y heridos graves, entre los cuales el chofer.
La espirometría arrojó “negativo” y parecería que la mecánica del ómnibus estaba bien. Lo que en cambio impacta es el hecho que el chofer estaba cubriendo un doble turno: el suyo y el de un socio que había sido sancionado por la empresa de bus. No es propósito detenerse sobre la naturaleza del vínculo laboral o societario del trabajador con la empresa; lo que preocupa y sorprende es que un conductor de un transporte público pueda estar cumpliendo una doble jornada de trabajo (diurna y nocturna), con evidentes efectos en su salud mental, según el relato de testigos.
El gran mérito de Foucault - a través de su Historia de la locura en la edad clásica - fue el de substraer de algún modo la cuestión de la salud mental del ámbito puramente médico, para abrir un debate mucho más amplio, en el que se sumaron historiadores, filósofos, sociólogos, politicólogos y psicoanalistas. Porque la cuestión de la salud mental no es una cuestión de “locos”, sino de realidades que se han ido reiterando en la historia del hombre y en la cual está involucrado nuestro trabajo, nuestra sociedad, las concepciones políticas y religiosas. “La locura - nos dice Élizabeth Roudinesco - no es un hecho de la naturaleza, sino de cultura” (Roudinesco E., Introducción en AA.VV., Pensar La Locura - Ensayos sobre Michel Foucault, Buenos Aires 1996, p. 16) y conocer esa “cultura” es una obligación que “atraviesa” todas las disciplinas universitarias.
Vivimos un modelo cultural en el que trabajamos cada vez más – no importa si en actividades físicas o digitales o en una mezcla tóxica de ambas – para sobrevivir en una sociedad de consumo, donde el éxito precisamente se mide en función de la capacidad de acceder a la mayor cantidad posible de bienes materiales. No importa si para alcanzar el objetivo debemos tener dos trabajos y/o resignar nuestros días de descanso semanal o de licencia; tampoco importa si esa inhumana extensión del tiempo de trabajo va produciendo nuestro deterioro psicológico (stress, angustia, depresiones, síndrome de burn-out, enajenación, etc.).
Paradójicamente en una época donde se abre un importante debate sobre la reducción de la jornada laboral, vemos que en los más diversos sectores (salud, seguridad, tecnológico, docencia, transporte, reparto, etc.) cada vez más avanza el segundo empleo o el doble horario, como forma de acceder a un mayor ingreso. No es un fenómeno nuevo, pero hoy se ha incrementado a partir de las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías y de las ofertas de trabajo en sectores especialmente críticos.
La ley 5.350 que introdujo en Uruguay la jornada de 8 horas hace más de un siglo, incluye un sabio artículo (el art. 5), que prohíbe a los empleadores (la antigua norma habla de “fábrica, taller, etc.”) contratar a trabajadores que hayan ya cumplido una jornada completa con otro empleador. Es una norma vigente, pero olvidada por todos.
¿Cómo actuar ante el efecto colateral que podría tener una reducción de la jornada sobre un aumento del doble empleo? ¿Cómo sancionar y a quién en aquellos casos en que el trabajador – subordinado o independiente - acumula “jornadas” que ponen en riesgo su propia salud y la de terceros? ¿Cómo asegurar que en definitiva el trabajo se distribuya mejor entre todos y que el agotamiento psicofísico no impacte en nuestra salud mental?
¿Una ley? Creo cada vez menos en leyes teóricas que solo son papel escrito. Es necesario comprometer a las empresas y las organizaciones sindicales en asegurar a todos un trabajo justo y limitado, e impedir la acumulación de horas y jornadas que agotan el cuerpo y el espíritu del ser humano. Una vez más cito en esta circunstancia a Sinzheimer, laboralista austriaco que ya hace 100 años recordaba: “quien presta un trabajo, no entrega un objeto patrimonial, sino que se da a sí mismo: el trabajo es el hombre mismo en su cuerpo y en su espíritu”.
Obremos para construir en el diálogo una cultura de la protección a la salud mental en el trabajo y vigilemos que la limitación de la jornada sea no solo una norma, sino una realidad para todos.