El 3 de noviembre comienza a trabajar la Comisión de 15 expertos designada para estudiar la reforma del sistema de seguridad social. La ocasión invita por lo tanto a reflexionar sobre el valor y el rol del sistema previsional en la comunidad nacional.
Cuando leo sobre números en rojo de la seguridad social, me pregunto si estamos ante un gasto o una inversión. Me dicen, por ejemplo, que el déficit del BPS es en la actualidad de aproximadamente 800 millones de dólares: ¿debo entender entonces que el Estado pierde 800 millones de dólares en el sistema o ejecuta una política de beneficios sociales y de redistribución de la renta cuya inversión es de 800 millones?
Mi reflexión apunta a que no es posible medir los gastos de las políticas públicas con la vara de la ganancia o las pérdidas. Si así pensáramos, deberíamos concluir que todo el sistema de educación pública es un enorme agujero deficitario. Sabemos que no es así: invertimos en la educación pública, porque eso es bueno. Podrán decirme que es bueno invertir en jóvenes, porque ellos son el futuro, y no es necesario invertir en viejos y enfermos. A esa afirmación contesto que la seguridad social no solo busca hacerse cargo de los riesgos de los ciudadanos, sino que tiene un objetivo más amplio, que no siempre se percibe: la paz social.
Nos acercamos a tiempo de reformas de la seguridad social y es importante por lo tanto definir con que vocación vamos a examinar la cuestión: ¿desde el balance económico o desde el balance social?
Estas preguntas curiosamente se me disparan a partir de un artículo del 20 de octubre pasado, que leí en El Mercurio de Chile. Se titula “El extraño caso chileno” y es escrito por Joaquín García Huidobro, quien se identifica como “columnista político del diario El Mercurio”, por lo cual entiendo que no debe ser la visión de un radical extremista contrario al gobierno. Es notorio que El Mercurio siempre fue un diario de tendencia conservadora.
García Huidobro se hace preguntas, que todos nos hacemos: “¿Qué ha sucedido en Chile? - dice - Hasta hace un año, era un modelo en la región. Había hecho una transición ejemplar a la democracia; apenas tenía inflación; redujo drásticamente la pobreza, y en los últimos años había recibido cientos de miles de inmigrantes (también europeos) que querían aprovechar la bonanza económica y estabilidad política para iniciar una existencia más segura. En octubre del año pasado hubo una acción subversiva muy bien planificada, que en 24 horas dejó inutilizadas 80 de las 136 estaciones del metro de Santiago, y quemó iglesias, supermercados y tiendas, particularmente en barrios populares”.
El columnista político indica - al recordar que los destrozos se repitieron el domingo 18 de octubre pasado en ocasión del aniversario de aquellos disturbios - que esa acción fue concertada por numerosos grupos antisistema. Pero - continua - a esa acción, “se superpuso una masiva protesta social, que no tiene líderes y abarca reivindicaciones muy distintas e incluso contradictorias entre sí. Para algunos se trata de las pensiones, para otros de la salud, los derechos de la mujer o la mala calidad de la educación. La cuestión central ha sido el reclamo en contra de los abusos y la desigualdad. Sobre ambos temas venían advirtiendo desde hacía años algunos intelectuales, tanto en la izquierda como también entre conservadores y socialcristianos, pero no fueron oídos”. Y señala con especial énfasis el caso de la reforma de la seguridad social, concebida en 1980, y que determina que “hoy las personas que se jubilan tienen ingresos muy inferiores a lo previsto y cunde la decepción”.
Vuelvo a formular mi pregunta a la luz del “extraño caso chileno”. ¿La seguridad social es un gasto o una inversión? Y las preguntas siguen: ¿Reducir el gasto en seguridad social o eliminar el deficit de la misma es una buena política de estado? ¿Por qué una sociedad capitalista cuasi-perfecta como la chilena ha estado - y está - en permanente estado de estallido social?
El periodista del Mercurio nos dice que hay facinoroso detrás de esa revuelta, pero sutilmente también nos recuerda que esa tensión se consolida con la rebelión de los débiles, que son personas comunes de la sociedad civil que han visto disminuidas sus tutelas: jubilados con pensiones en el límite de la pobreza, personas que no pueden acceder a los beneficios del sistema de salud, mala calidad de la enseñanza, el avasallamiento de los derechos de la mujer. En su artículo, el columnista chileno nos recuerda que la desigualdad genera abuso y protestas (que en el caso del país transandino han llegado a estallidos de violencias). Desliza inteligentemente en su artículo la opinión de un político conservador - hoy fallecido -, para destacar que las consecuencias de la desigualdad no son un tema monopolio de la izquierda: “Sobre ambos temas - dice el comentarista al referirse a los abusos y la desigualdad - venían advirtiendo desde hacía años algunos intelectuales, tanto en la izquierda como también entre conservadores y socialcristianos, pero no fueron oídos. Hace quince años, el historiador Gonzalo Vial (+2009), un conservador, decía que “una crisis social avanza sobre nosotros, y no hacemos nada por remediarla… Ni siquiera nos percatamos de que existe”.
La experiencia chilena actual es aleccionadora: estemos atentos ante decisiones que quieren ajustar los números en rojo de la seguridad social reduciendo beneficios, elevando años de retiro, construyendo promedios reductivos de las prestaciones, jugando en definitiva con los números para reducir el gasto. El fin último de la seguridad social - más allá de los que defendemos su proyecto ético y social - es la paz de una nación, porque ésta se asienta sobre la satisfacción de necesidades mínimas de sus ciudadanos.
A la pregunta si es necesaria una reforma de la seguridad social, contestamos afirmativamente: pero esa reforma no debe prosperar con el recorte de beneficios, sino con un sistema distinto de financiación que tenga en cuenta las transformaciones del trabajo en los últimos años. Los sistemas de tutela de la seguridad social – para ser eficientes y en condiciones de cubrir las necesidades sociales de las poblaciones – deberán apartarse del módelo bismarckiano, porque son cada vez menos los trabajadores en condiciones de contribuir con sus prestaciones a la seguridad social.
Deberá “pensarse” un modelos construido a partir de una base tributaria, que grave la mayor riqueza producida, como contracara a la exclusión que esa misma riqueza genera.. Se indica que las máquinas deberán cotizar a la seguridad social. Ello es por supuesto una expresión ingeniosa, pero la realidad inevitablemente indicará que las empresas que produzcan más riqueza con menos mano de obra, deberán tributar más para compensar el desempleo estructural que producen.
Seguir otro camino, seguir el camino de los recortes de los gastos, puede tener las consecuencias sobre las que alerta el columnista Garcia Huidobro desde el Mercurio de Chile..
Excelentes reflexões e de interesse geral, estimado Raso. Lima Teixeira.
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