Esta
primera reflexión de 2018 en mi blog seguramente desentona con los centenares
de mensajes digitales recibidos a fines de 2017, que pregonaban los mayores
éxitos para el 2018.
Hay
poca alegría y mucha preocupación en estas líneas. El asesinato en Rivera del
dirigente del Sindicato Unico del Transporte de Carga y Ramas Afines (Sutcra),
el transportista Marcelo Silvera, por un disparo de un compañero de trabajo,
tiñe de dolor y dudas el panorama ya complejo de nuestro sistema de relaciones
laborales.
Si
el crimen tuvo - o no - que ver con la actividad sindical del trabajador
asesinado lo determinarán las investigaciones. Más allá de lo que podrá comprobarse
(o no) está el hecho en sí, que importa: la atribución de posibles
intenciones antisindicales contra un militante de una organización de trabajadores.
Este
hecho se suma a un clima enrarecido, que anuncia una dura confrontación en las
próximas rondas de los Consejos de salarios. De ello se hace eco la prensa y
las redes mediáticas que amplifican todos aquellos aspectos que enfaticen el
desencuentro, el choque, las posiciones distantes de los actores sociales.
Para
los que estudiamos las relaciones laborales, sabemos que existen dos modelos
arquetípicos de negociación colectiva: el modelo competitivo o conflictivo y el
modelo cooperativo.
En
el primero - el competitivo - el negociador apuesta a ganarlo todo: ser un
ganador absoluto, a riesgo de ser un perdedor absoluto. Todo vale. El
negociador intenta conseguir sus objetivos a expensas del adversario. En el
modelo cooperativo (también conocido como modelo “ganar-ganar”), los
negociadores buscan vías en que puedan complementarse los intereses en
principio divergentes y las táctica irracionales son sustituidas con actitudes
constructivas. Cada negociador sabe que es bueno que cada parte se retire de
las negociaciones, sabiendo que ha ganado algo. La realidad muestra que a la larga el modelo competitivo se traduce en
pérdidas para ambas partes. En el modelo cooperativo lo que no se vé - pero que
importa en estrategias de futuro - es que las partes construyen condiciones de
respeto recíproco, para volver a negociar en otra oportunidad.
Si bien es cierto que nuestro
sistema siempre aparentó ser muy competitivo, también debe destacarse que la
estructura de los Consejos de salarios permitió hasta ahora algo no menor:
cerrar negociaciones y construir condiciones para futuras negociaciones.
Hoy el episodio de Rivera me
preocupa porque puede ser el germen de un desarrollo de la violencia en las
relaciones laborales. Aunque nos duela reconocerlo, vivimos una sociedad cada
vez más violenta: violencia en el ámbito doméstico, violencia en los barrios,
violencia en el futbol.
Desde 1985 - luego de la Dictadura -
el sistema de relaciones laborales vivió muchos
momentos de severa confrontación, pero las reglas del juego siempre
excluyeron la violencia.
Cualquiera sea la lectura que demos
al hecho de Rivera - y cualquiera sean los resultados de las investigaciones -
me preocupa la asociación de la violencia y las relaciones laborales.
Existe una responsabilidad
colectiva, acentuada en los dirigentes empresariales y sindicales, en los
representantes del Estado y en los operadores del sistema, de “bajar la pelota
al piso” y enfriar el partido. De otro modo, de no seguir el camino que dicta
la razón, estoy seguro que perderemos todos.
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