Hay
una línea de cine futurista, que imagina un “futuro ahora”, un futuro muy
cercano, que inexorablemente nos marcará en los años próximos. En esa línea
encontramos – por ejemplo – la serie británica de Netflix “Black Mirror”, que explora un futuro a la vuelta de la
esquina, muy inquietante, donde las grandes innovaciones tecnológicas ingresan
en nuestras vidas, mostrando a veces los peores aspectos de la condición humana.
La ciencia-ficción del “futuro
próximo” se replantea en la película “El Círculo”, adaptación de la novela
homónima escrita por David Eggers, en la que Emma Watson interpreta sencilla y
extraordinariamente a la protagonista Mae Holland. La acompaña en el reparto Tom Hanks (en el insólito rol de
“villano” de esa dimensión futura).
Mae Holand es una chica igual a miles
(¿o millones?) de chicas con un empleo modesto, que ambiciona el éxito laboral
en la nueva revolución tecnológica. La suerte (y su evidente capacidad) la
acompañan, pudiendo así ser contratada para trabajar en El Círculo, la empresa
de internet más prestigiosa del mundo. La joven realiza su sueño de formar
parte de la compañía tecnológica más “top” en el mundo, que además (según estrategias
muy actuales en la organización del trabajo, para retener a trabajadores),
ofrece fiestas y múltiples actividades recreativas en el espacio de sus
oficinas y jardines.
A medida que la película avanza
comenzamos a descubrir con Mae que ese mundo de trabajo/diversión pretende
ejercer un control total sobre sus trabajadores y sobre la sociedad usuarias de
las redes de la compañía.
Lo que me parece impactante de la
película es que esa joven sencilla, que podría ser la vecina de al lado de cualquiera
de nosotros, no se espanta antes un espacio lleno de controles, en el que se
integra cada vez más.
El jefe y gurú Bailey (Tom Hanks)
descubre el potencial de esta joven en ese mundo tecnológico y le propone
participar en un experimento extraordinario, como expresión de compromiso y
militancia laboral: ofrecerse para mostrar a colegas y usuarios su vida
privada, con minicámaras y micrófonos solaperos, que la acompañan en una
especie de reality show individual.
Todos sus amigos y los millones de
personas que tienen acceso a la red, sigue fascinadas su rutina diaria, desde
el lavado de los dientes a sus diversas actividades laborales y sociales. Pero
además, todos interactúan con mensajes dirigidos a Mae: “¡Que lindos dientes
que tienes!; lástima que yo los tengo amarillos”, dice un usuario de la red.
Mae se convertirá así en una persona
“transparente” para millones de personas, con las cuales ha decidido compartir
todo. La exposición de su persona es signo de compromiso con su empresa, que no
olvidemos, es la primera en el mundo.
La película termina y salgo del cine con una duda: “¿Mae es víctima o cómplice?”.
Probablemente es ambas cosas, aunque ella no se da cuenta. Ha perdido su
privacidad, es un objeto de control y consumo colectivo, pero en un mundo
mediático – donde valemos por lo que mostramos – ¿eso es bueno o malo?
Hice un experimento ayer. Le conté a
un colega joven sobre El Círculo y le pregunté: “¿SI te ascendieran a gerente
de recursos humanos y te doblaran el sueldo, estarías dispuesto a introducirte
un chip bajo la piel y una minicámara en la solapa, para que tu vida se vuelva
transparente para todos nosotros?”.
“Creo que sí – contestó -; ¡me
volvería famoso!”.
“¿No te asustaría ser visto por
millones de personas?”
“No, ¿por qué? – me contesta desafiante – Yo no tengo
nada que esconder…”
Buena la visión, no he mirado aún la película, pero esta interesante. Parece que el tema planteado no esta solo en el cine... igualmente adelantó mi postura que pasamos a ser víctimas creyendonos cómplices.Slds.
ResponderBorrarA partir del tema II de estas últimas Jornadas de D. L. me acordé de esta Nota del Blog, y de una noticia que había leído unos meses atrás, que me horrizó:
ResponderBorrarhttps://www.elobservador.com.uy/empresa-eeuu-implantara-chips-sus-empleados-n1101493