Dicen que
fue el poeta ecuatoriano Jorge Enrique Adoum, quien refirió a Mario Benedetti
el texto de un graffiti
extraordinario en un muro de Quito: “Cuando teníamos todas las respuestas, nos
cambiaron las preguntas”.
En
estos días he seguido de cerca la posible presencia en nuestro país de UBER, la
empresa internacional que
proporciona a sus clientes una red de transporte a través de una “aplicación
móvil” (“app”), conectando los pasajeros con conductores independientes de vehículos.
La primera vez
que presté atención a la expresión “aplicación” fue en abril de este año: en un
curso de posgrado en la ORT. Pregunté a los estudiantes: “¿Como imaginan el
futuro en las relaciones laborales?”. Un ingeniero contestó inmediatamente: “Un futuro regulado
por aplicaciones”. Sonreí, sin entender mucho, pero desde ese momento comencé a
comprender que estamos rodeados de aplicaciones: Netiflix, Spotify, Whatsapp,
Pedidos Ya son expresiones de en una realidad que se multiplica
vertiginosamente.
Pero ha sido
indudablemente el fenómeno UBER, que me ha hecho entender en esta última semana
- brutalmente - el significado de los cambios que en las relaciones laborales
aparejarán las “aplicaciones”. Tomé conciencia que veo seriales en Netflix o escucho
música en Spotify, y que ya no piso un Videoclub o una disquería. Se abre un
futuro que permite imaginar que dentro de dos años habremos vendido nuestros
autos, porque será más económico y cómodo tener un auto con chofer a disposición,
convocado inmediatamente por celular.
En el diario de
la mañana leo que la Patronal de taxímetros recauda fondos y prevé acciones
durísimas contra la implementación de UBER. Sonrio y recuerdo el movimiento
Luddista, conformado por aquellos obreros que a fines del siglo XVIII y guiados
por el obrero tejedor Ned Ludd pretendian destruir las máquinas a golpes de martillo.
Lo que hagamos contra las aplicaciones podrá detenerlas
meses, quizàs uno o dos años, pero es evidente que arrasarán como un tsunami
las relaciones laborales contemporáneas.
Pienso a lo estudiado e investigado en los últimos treinta
años con relación a la tercerización de la empresa. Probablemente dentro de una
década recordaremos la empresa tercerizada como una expresión del pasado, así
como hoy recordamos el industrialismo como una etapa de la evolución de la
historia del trabajo.
La revolución de las aplicaciones significa la aparición de
una nueva empresa – la app-empresa – que ha perdido toda materialidad. Como por arte de magia, la
empresa desaparece de todo lugar físico y se coloca en la “nube”, algo nuevo
para nosotros: detrás de este proceso se esconde la más avanzada forma de
irresponsabilidad global en la esfera laboral.
¿Que hacer? ¿Como actuar? ¿Como disciplinar las aplicaciones
al derecho de cada país con una realidad, que difícilmente podremos controlar?
Éstas – las aplicaciones
– tienen un mensaje seductor y engañoso: nos hacen sentir importantes como
consumidores y apuntan a nuestro perfil más individualista: pagar menos,
disfrutar más, acceder a lo nuevo. Pero olvidamos que, además de consumidores, somos
trabajadores. Si no imaginamos rápidos cambios de estrategia en las relaciones
laborales, el futuro marcará cada vez más consumidores, que ya no podrán
consumir, porque perdieron su trabajo.
No tengo respuestas inmediatas: nos cambiaron las preguntas.
Hay que replantearse todo de vuelta: el trabajo, las tutelas laborales, la
distribución de la renta, la contención social. Más que celebrar la llegada de
las aplicaciones, el momento obliga a pensar rápidamente para entender y
enfrentar el futuro inmediato de las relaciones laborales. Agrego: esto no es
un tema de trabajadores o sindicatos; es un temas de todos: Estado, trabajadores,
sindicatos y empresas (especialmente las pequeñas y medianas, que son siempre
nacionales).
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