Lo
confieso. He seguido adictivamente las tres temporadas de House of Card, la serie-buque insignia de Netflix. Los enredos de
Frank Underwood y su esposa Claire me quitaron el sueño y más de una vez
despertaron en mí una inconfesable admiración hacia este pérfido intrigante,
que logran alcanzar el Salón Oval de la Casa Blanca a través de las más
increíbles intrigas y estratagemas.
La
ficción muestra desde la pantalla que Frank Underwood es el Presidente de
la República del país más poderoso del mundo. Pero nadie lo ha votado como
presidente y pocos lo conocen, porque además su accionar sigue la precisión de
las operaciones encubiertas.
Quien
ha visto la serial sabe que Frank Underwood (interpretado magistralmente
por Kevin Spacey) es un ambicioso congresista demócrata, que acompaña como vicepresidente
al presidente Garrett Walker, quien con la fuerza de los votos ganará las
elecciones. Underwood es bien conocido en su “interna” demócrata, pero el
pueblo no lo ha votado: el pueblo ha votado a Garrett Walker, a quien nuestro Frank
acompaña como vicepresidente. Las habilidades políticas de Underwood enredan al
presidente Farrett en un escandalo de lavado de dinero, que lo obligan a renunciar
y aceptar la culpa, a pesa de no ser culpable, para evitar un juicio político.
Al leer sobre los sucesos de Brasil, mi capacidad de asombro
no da crédito. Ya no es un contexto, una
determinada situación, la que inspira la ficción; sino que es la ficción que es
imitada por la realidad.
La historia de Frank Underwood deja de ser un
entretenimiento, para volverse un texto clásico de ciencia política de nuestra
modernidad líquida (como diría Bauman). Para quienes – como yo siguieron –
apasionadamente los capítulos de “House of Card”, los actuales hechos de Brasil
solo son una mediocre imitación de la popular serie de televisión. Un señor -
creo que se llama Temer – logra alcanzar la presidencia, sin que nadie lo
conozca (dice que tiene en la actualidad tiene tan solo 2% de las intenciones de votos del país,. Se
habla mucho de la Constitución, del “impeachment”, de la mayoría de los votos
de la Cámara y del Senado, pero la realidad rompe los ojos: el juego político –
de espalda a la voluntad de la población – logra apartar a una presidente
legítimamente electa por la ciudadanía, y el Sr. Temer – a través de los
corredores del “palacio” – asume la presidencia. Seguramente él logró poner en
práctica las oscuras enseñanzas, que Underwood nos transmite desde la pantalla.
En la sociedad del espectáculo lo que importa es seguir las
reglas que éste impone. Y si esas reglas las enseña Frank Underwood, mucho
mejor.
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