El solo título de esta nota hará
fruncir la nariz a más de una lectora o lector. ¿Sexo débil?: era ésta una de las más degradantes
– pero comunes – expresiones del siglo XX para designar al género femenino.
“The
weaker sex” es el título de tapa del diario The Economist, última edición, que
leo en un vuelo de regreso a Montevideo: “The weaker sex” en letras de molde,
pero luego agrega en letras más pequeñas: “no jobs, no family, no prospects” y
una imagen que lo dice todo.
La nota indica que el “sexo débil”
del siglo XXI – con relación al mundo del trabajo y las relaciones laborales - es
el género masculino: “Hombres pobres en países ricos tienen dificultades antes
los enormes cambios del mercado de trabajo, que se reflejan también en la vida
del hogar. Las mujeres, en cambio, se desarrollan cada vez más en sectores como
la salud y la educación, ayudadas por sus superiores competencias”. Luego
agrega: “los hombres que pierden sus empleos en la industria manufacturera,
muchas veces no vuelven a conseguir un nuevo trabajo. Y para los hombres sin
trabajo es difícil atraer a una compañera permanente. La conclusión es grave: “El
resultado para hombres con bajas competencias laborales, es una venenosa
combinación de falta de trabajo, falta de familia y falta de proyectos (el no jobs, no family, no prospects del
título”.
Hace
tres años en oportunidad de escribir un artículo en un libro de homenaje a Umberto
Romagnoli, en el que comparaba la revolución
industrial y la revolución tecnológica , expresaba: “La revolución tecnológica exige nuevas
capacitaciones de los trabajadores: el obrero de fábrica es sustituido por un
trabajador que debe poder acceder a los conocimientos tecnológicos para dominar
la máquina. Por lo tanto se vuelve esencial para él disponer de nuevas habilidades,
que tienen más conexión con la inmaterialidad del conocimiento (hablamos de
“sociedad del conocimiento”), que con la fuerza de su músculo o sus aptitudes
manuales. La revolución tecnológica se caracteriza así por la difusión de
innnovaciones radicales, y a partir de esas innovaciones nacen nuevos sectores
productivos, nuevos modelos de funcionamiento de la economía y el desarrollo
descomunal de las comunicaciones. En definitiva, va construyendose una nueva
estructura productiva donde la información y las comunicaciones juegan un rol
central”. Concluía: “Ello significa evidentes beneficios para el ingreso de la mujer al empleo: muchos
trabajos que en el pasado requerían fuerza física, hoy solo requieren
conocimientos intelectuales (mover una máquina, realizar tareas antes manuales
a través de las indicaciones de la computadora, etc.) y adecuadas competencias laborales, con lo cual caen las
diferencias de género basadas en la fuerza del músculo”.
El artículo de The Economist me confirma
esa idea: las mujeres hoy tienen mejores y mayores competencias ante los
desafíos que plantea el nuevo mundo del trabajo. El hombre – si no cambia –
será el “sexo débil” de las futuras relaciones laborales.
“¿Qué puede hacerse? – se pregunta The Economist – y contesta:.”Parte de la solución radica en un
cambio de actitudes culturales. Frente a la pasada generación, los hombres de clase media deben aprender a ayudar en
el cuidado de los niños y saber que han cambiado las pautas de conducta. Deben entender que es necesario ponerse al
día. Las mujeres han comprendido que pueden ser cirujanos o médicos terapeutas,
sin perder por ello su femineidad. Los hombres necesitan entender que los
trabajos manuales tradiciones no volverán y que ellos pueden ser en el futuro nurses o peluqueros sin perder su
masculinidad”.
Transcribo la muy compartible
conclusión del artículo: “La creciente igualdad de los sexos es uno de los
principales logros de la era del post-guerra: las personas tienen mayores
oportunidades de alcanzar sus metas,
independientemente de su género. Pero algunos hombres han fallado en asumir la
realidad del nuevo mundo. Es hora de darles una mano”.
Fuente citada y foto de carátula:
“Social change: the weaker sex”, The
Economist, New York, 30 de mayo – 5 de junio.
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